Por la Hermana Cathe Shoulberg
Mientras reflexionaba en el Evangelio de Año Nuevo (Mc 4,21-25), sentí una suave invitación a hacer voluntariado «en la frontera», un pensamiento muy afuera de mi zona de comodidad. Esa tarde, finalicé los planes para viajar a El Paso, Texas, para ofrecer un tiempo al Hogar de la Anunciación.
Si bien no fui capaz de conversar en español, la comunicación fue fácil porque todo lo que se necesitaba decir se podía decir fácilmente mirando a los ojos de los huéspedes. Ahí, vi gratitud profunda por la calidez, bienvenida y hospitalidad. También vi dolor en sus ojos; han padecido mucho sufrimiento, sin embargo, sus rostros expresan … ¡ESPERANZA!
Las labores diarias eran sencillas: Hacer bocadillos de crema de maní con mermelada para ofrecer a nuestros huéspedes cuando viajan a sus familias y seres queridos en casi cada estado; servir alimentos y ayudar a las varias comunidades que vienen al Hogar de la Anunciación a servir alimentos con nosotras; saludar a inmigrantes en los autobuses que llegan de los centros de detención; ayudarles a encontrar ropa limpia, artículos de higiene personal, toallas, sábanas; y mi parte favorita: reír con los niños.
Lo más destacado fueron las historias: la interacción de los inmigrantes entre sí, el cuidado tierno que nuestros invitados mostraron entre sí. En particular, la historia de Louis, otro voluntario que fue 82 años joven y que recientemente perdió a su esposa. Me dijo que ir cada día al Hogar de la Anunciación a dejar bebidas durante el almuerzo le hacía feliz. ¡Me encanta verlo interactuar con nuestros huéspedes!
Un momento especialmente tierno fue el de una niña de más o menos unos cuatro años que llegó con una mirada perdida, sin comer ni hablar. La niña vio como un coyote (un chofer pagado que las debería llevar a salvo a la frontera) abusó y golpeó a su mamá. Mire a Louis tener un especial interés en esta niña pequeña. Louis utiliza una andadera para moverse, y su andadera tiene un asiento adjunto. Miré como gentilmente levantó a la niña y la puso en el asiento y comenzó a pasearla. En pocos minutos, esta mirada perdida era un rostro de regocijo. ¡Fue milagroso observar esa transformación! ¿Qué lo provocó? El amor de un anciano que quiso llevar luz al corazón de una niña temerosa._x0002_
Otra historia: Miré que le dieron una naranja a un niño, ¡pero no sabía cómo comérsela! Su papá comenzó a pelarla de inmediato. La mirada del niño se hacía más grande mientras la cascara se hacía más larga. Su papá separó gentilmente los gajos y el niño disfrutó de cada bocado mientras el jugo escurría de su barbilla. Imposible no llorar al ver estos actos llenos de amor. Todos los días derramé lágrimas pues cada día tuvo su propia benevolencia.
Esta ha sido la experiencia de toda una vida. Haber conocido a tantas personas que han sido huéspedes aquí me ha cambiado para siempre. Nunca rezaré los versículos de Mateo 25,35 «Me recibisteis» sin mirar los rostros de tantos que han tocado mi vida durante este tiempo en el Hogar de la Anunciación. Si bien no pudimos tomar fotografías de nuestros huéspedes, sus imágenes —y su confianza audaz en un futuro incierto, en una tierra desconocida y muchas veces con gente desconocida— están grabadas por siempre en mi corazón.
Mi esperanza es que encuentren gente amorosa y compasiva con las que puedan viajar a lo largo de sus vidas y que un día, realicen su sueño de llegar a ser ciudadanos de los Estados Unidos de América: Una tierra en donde todavía creo en el sueño de nuestras/os antepasados, el sueño de que América es la tierra de «libertad y justicia para todas las personas».