Por Elnora Bassey, Defensora de políticas, Red Católica de Inmigración Legal, Inc. (CLINIC)
La experiencia de Inmersión de la Misericordia en la Frontera, en El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, México, tuvo lugar del 8 al 13 de mayo de 2022. La siguiente es una de una serie de cuatro reflexiones de participantes en esta experiencia.
Un día a inicios de mayo de 2022, me levanté de madrugada para llegar a tiempo y tomar un vuelo que me llevaría a la frontera entre Estados Unidos y México. Como abogada de la Red Católica de Inmigración Legal, Inc. (CLINIC por sus siglas en inglés), que trabaja en la protección de los derechos de los inmigrantes y los derechos humanitarios, yo participaría durante una semana en la Experiencia de Inmersión en la Frontera, en El Paso y Ciudad Juárez con el fin de aprender más sobre los problemas que enfrentan los migrantes. El programa fue patrocinado por las Hermanas de la Misericordia y acogido por el Centro Misionero Columbano.
El objetivo no era sólo ir a observar la situación; también íbamos a contribuir con nuestros conocimientos, habilidades y tiempo con la idea de volver a casa para compartir lo aprendido y convertirnos en activistas en nuestra vida cotidiana.
Durante toda la semana nuestra agenda estuvo llena: desde la visita a varios lugares de El Paso y Juárez hasta la asistencia a seminarios web para aprender sobre el Título 42, los protocolos de protección de los migrantes, la migración forzada, el proceso de inmigración en Estados Unidos y mucho más. Visitamos refugios donde los voluntarios ayudan a migrantes que buscan asilo. Nos enteramos del involucramiento de la comunidad de El Paso para ayudar a migrantes a navegar por el sistema de inmigración estadounidense. Conocimos a adultos que viajan solos y a familias enteras que llegan a los refugios o se preparan para salir a reunirse con su patrocinador. Nuestras mañanas comenzaban temprano y terminaban al final de la tarde con una reflexión sobre las actividades del día. Cada día fue para mí una montaña rusa emocional.
Algo que recuerdo especialmente fue la visita a la Red para los Derechos Humanos de la Frontera (Border Network for Human Rights), creada para ayudar a la comunidad a conocer sus derechos constitucionales cuando tratan con agencias gubernamentales. Conocimos su campaña iniciada en 2016, Abrazos, no muros, evento anual que permite a las familias que no han podido reunirse en meses o años debido a las restrictivas leyes de inmigración, encontrarse cerca del Río Grande para abrazar a sus seres queridos. Cada miembro de la familia dispone de tres minutos. La campaña, recogida en un documental de Netflix de 28 minutos, A Three Minute Hug, (Un abrazo de tres minutos) es una protesta contra el racismo, la xenofobia y la discriminación hacia inmigrantes que buscan refugio. Mientras veíamos la película, ninguno de los presentes pudo evitar derramar una lágrima.
En Sunland Park, Nuevo México, a poca distancia de El Paso, visitamos el muro fronterizo, una enorme estructura de acero de la que una parte fue construida durante la pasada administración. Irónicamente, a lo lejos se alcanza a ver el Monte de Cristo Rey, en cuya cima se encuentra una estatua de Cristo hecha de piedra caliza y de casi 9 metros de altura que sirve de santuario para miles de personas en el área de El Paso y Nuevo México. Mientras estábamos allí, se acercaron algunos niños que aparecieron del lado mexicano a saludarnos, pero me pareció extraño responderles a través de esa enorme estructura. El muro envía un mensaje claro y contundente: deben mantenerse fuera y no son bienvenidos a pisar suelo estadounidense. En ese momento, yo, como mujer negra, supe lo que era sentirse privilegiada en Estados Unidos.
En la Iglesia de Corpus Christi de Juárez, conocimos a la salvadoreña Yvonne. Huyendo ella misma de la violencia, se sintió llamada a servir a sus hermanos y hermanas haitianos y renunció a su propia oportunidad de buscar asilo en Estados Unidos para ayudar a migrantes de ese país que llegaban a México. Debido a los Protocolos de Protección de Migrantes, implementados durante la pasada administración, los migrantes haitianos deben permanecer en México mientras esperan para solicitar asilo en Estados Unidos. El acto de compasión desinteresada de Yvonne me conmovió.
Lo que los medios de comunicación suelen retratar sobre las historias que oímos en el terreno envían mensajes contradictorios. Los migrantes huyen porque temen por su vida y la de sus hijos. La verdad es que muchos de los niños hacen el viaje solos, dejando atrás a su familia, en un intento desesperado por encontrar un lugar seguro. Los migrantes pueden solicitar asilo en los puertos de entrada de Estados Unidos sin temor a ser rechazados, pero, cuando la administración Biden aplica las políticas de la administración Trump arraigadas en la xenofobia y el racismo, envía el mensaje de que el extranjero no es bienvenido. El sistema de asilo debe restablecerse de forma humana y con dignidad o personas inocentes seguirán perdiendo la vida.
Esta experiencia cambió mi vida, para siempre. En mi trabajo en CLINIC, las cartas de adhesión y todo lo que hacemos para que la administración Biden cambie sus políticas actuales tienen mucho más significado. Ahora que estoy en casa y trabajo para ayudar a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes, llevo conmigo la experiencia y a todas las personas que conocí, personas como Yvonne que permanecen en mi mente y en mi corazón, impulsándome en la labor que hago.
Adaptado con la autorización de Elnora Bassey, CLINIC.