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Sufrir con paciencia los defectos de los demás: Abrir la puerta a la bondad amorosa

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Por Hermana Mary-Paula Cancienne 

En la serie de reflexiones de Cuaresma de este año, siete hermanas ofrecen sus historias personales y sus perspectivas sobre cada una de las Obras Espirituales de Misericordia y cómo los actos de misericordia pueden tener un profundo impacto en las vidas de nuestras hermanas y hermanos. Acompañan a estas reflexiones unos dibujos lineales de Hermana Mary Clare Agnew, contemporánea de nuestra fundadora Catalina McAuley, que ilustran el ministerio de las Hermanas de la Misericordia en la Irlanda de 1830. 

No hay nada como un buen resentimiento para sentirnos encarnadas, vivas, decididas, lúcidas, resueltas y en misión de venganza. A menudo, por supuesto, mantenemos nuestras sensibilidades subterráneas, sumergidas bajo un manto de sutilezas y falsas apariencias. A veces, sin embargo, dejamos que nuestros resentimientos florezcan en toda su rectitud e indignación, lo que puede ser todo un espectáculo, un poco de drama. 

Sin embargo, la Obra Espiritual de Misericordia: «sufrir con paciencia las ofensas de los demás», es todo menos drama. Esta práctica de virtudes se centra en una forma fundamental de relacionarnos mutuamente que nos ayuda a avanzar hacia dinámicas positivas y creativas, y nos aleja de la mezquindad y el estancamiento, donde podemos encontrar nuestros corazones y mentes congelados en círculos de retroalimentación hirientes, incapaces de escuchar, ver, aprender o crecer, encerrados en burbujas encostradas de pensamiento estrecho y de culpa. 

Hace algunos años, trabajaba en un centro de acogida de larga estancia para mujeres con enfermedades mentales. La mayoría de las mujeres habían sufrido graves traumas y abusos a lo largo de su vida.  

Era un edificio antiguo con muchos escalones, corrientes de aire, historias y encanto. El objetivo era crear un ambiente hogareño en el que la gente se sintiera parte de la familia, quisiera quedarse y se sintiera motivada para participar en los programas de bienestar. El aroma de la comida casera a menudo recorría el edificio. 

Ella se portaba de maravilla con todo el mundo y prestaba especial atención a la presentación de las comidas y a la disposición del comedor. El único problema era que su menú no acababa de conectar con la clientela. Su intención, amable y positiva, era ofrecer comidas y cantidades sanas, pero se percibía como una afrenta a sus preferencias y gusto. Y las residentes a menudo tenían deseos físicos de alimentos reconfortantes familiares mientras lidiaban con los muchos altibajos estresantes de su camino. Hacía falta creatividad culinaria para satisfacer a todas y hacerlo de forma saludable. 

Nadie quería herir la sensibilidad de la cocinera. Se le dijo algo y se celebró una «reunión del pueblo» para obtener sugerencias sobre el menú. Pero la situación continuó y todas pasaron de sentir que «llevaban los males de buena gana» a una situación en la que se necesitaba urgentemente un buen plato de bálsamo del perdón voluntario. 

Las personas que lo han perdido todo, incluso su casa, su familia, su trabajo, la salud y los sueños, suelen ser las más generosas e indulgentes. Esta comunidad fue muy paciente con la cocinera, y ella se mostró dispuesta y aprendió tan rápido como pudo, pero no hubo acuerdo entre ambas hasta después de que se produjeran unos cuantos enfrentamientos, incluyendo platillos volando. 

Luego, tan rápido como germinó y floreció, se acabó. Simplemente se acabó. En una tarde de diálogo honesto, tranquilo y vulnerable, la cocinera y la comunidad llegaron a reconocer juntas nuestra humanidad común. Rápidamente abrazaron el espíritu de perdón, una actitud que, de todos modos, ya formaba parte de ellas. Fueron más allá del mero sufrir con paciencia los defectos de los demás y la comunidad llegó a querer a la cocinera y a quererse sí misma. 

El perdón abrió la puerta a la bondad amorosa. Las residentes podían tomarle el pelo a la cocinera, y ella podía aceptarlo y devolver la broma. La habían llevado a una nueva dimensión de sí misma y a discernir si realmente quería ser cocinera.  

Nunca hubo mala intención, solo propósito positivo de todas las interesadas. 

Sufrir con paciencia los defectos de los demás es esencial para las buenas relaciones. Es posible que no sepamos todo lo que implica la relación con otra persona, y probablemente cada una de nosotras sigue un guion distinto, con necesidades y obligaciones diferentes. Como dice el lema de un ministerio: «Asume una intención positiva». Un decoro caritativo, misericordioso y abierto puede ayudar mucho a cultivar la paz y a poner esa comida en la mesa.