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Rogar a Dios por vivos y difuntos: Un privilegio, un consuelo, una transformación

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Por Hermana Kristine Marie B. Violango 

En la serie de reflexiones de Cuaresma de este año, siete hermanas ofrecen sus historias personales y perspectivas sobre cada una de las Obras Espirituales de Misericordia y cómo los actos de misericordia pueden tener un profundo impacto en las vidas de nuestras hermanas y hermanos. Acompañan a estas reflexiones unos dibujos de Hermana Mary Clare Agnew, contemporánea de nuestra fundadora Catalina McAuley, que ilustra el ministerio de las Hermanas de la Misericordia en la Irlanda de 1830. 

«La oración no es más que la unión con Dios», dice san Juan María Vianney, y eso siempre ha cautivado y sigue cautivando el anhelo de mi corazón. 

Soñaba con entrar en la vida religiosa para ver a Dios y comunicarme con Dios. Tan joven como era, pensaba que, entregando mi vida a Dios, Él se me manifestaría. Por eso, en el colegio, prometía a mis compañeras que un día sería una de esas hermanas que pasan a diario por nuestra clase, y tendría una buena oportunidad de encontrarme cara a cara con Dios. 

Cuando me hice religiosa, me di cuenta de que, para encontrar a Dios, tenía que sumergirme en la oración constante, comunicarme con Él y verle en las personas a las que servía, lo que incluía a mi comunidad y mi ministerio. La oración se convirtió en la base de todo lo que hago y en el núcleo de mi vida religiosa. Así, no sólo rezo por mí, sino también por las demás personas. 

Me he encontrado con mucha gente que me han pedido oraciones. Me pedían que rezara por sus hijos e hijas, por sus padres, por sus exámenes, por sus cónyuges y por muchas otras cosas. Pero una cosa que me llegó al corazón fue que rezara por sus seres queridos difuntos. 

Cuando fui capellana de guardia en el hospital, una familia me llamó para que fuera a su habitación. No tenía ni idea de lo que pasaba en su habitación. Pensé que tal vez necesitaban a alguien con quien hablar. Pero cuando entré, vi a gente llorando alrededor del paciente. Una mujer se me acercó, buscando consolar su dolor. Entonces me pidió que les guiara en la oración porque el paciente acababa de fallecer. 

A pesar de mi falta de preparación, empecé a guiarles en la oración. Recé por la persona difunta y por la familia que había dejado. Fue un momento emotivo, pero reconfortó a la familia y le brindó aceptación. También me ayudó a superar mi miedo a estar en presencia de una persona que falleció. Toqué su frente e hice la señal de la cruz sobre ella. Luego les aseguré que seguiría rezando por la familia y por su ser querido difunto. 

Esa experiencia me hizo darme cuenta de lo privilegiada que soy al rezar, de lo reconfortante que es para otras personas y de cómo me transformo a través de la oración. 

Este tiempo de Cuaresma trata de la transformación a imagen de Cristo. Es una llamada a una relación íntima con Dios a través de nuestros encuentros con las demás personas. 

Estamos llamadas a practicar intensamente la oración. Esto se hace para purificar nuestros pensamientos y corazones, de modo que puedan sintonizarse con la voluntad de Dios. También nos recuerda que la oración es además para otras personas, para que puedan tener una experiencia personal de Dios a través de nuestras oraciones. Por eso se nos pide que recemos por las intenciones de las demás personas. 

Tal vez no pueda ver a Dios cara a cara, pero puedo verlo a través de las personas que Él representa. Durante este tiempo de Cuaresma, viviendo sola en nuestra casa de formación, me di cuenta de que Dios tiene una invitación más profunda para mí: rezar por otras personas, aunque no lo pidan, rezar por mis hermanas en el Instituto — vivas y difuntas — y rezar por una apertura constante a la voluntad de Dios al servirle con las Hermanas de la Misericordia.