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El hijo pródigo y nuestra necesidad de Misericordia

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Por Hermana Mary Anne Nolan

Anotación: Durante el Adviento, compartimos una breve versión de esta reflexión. Hoy, domingo en que se lee la parábola en el Evangelio del hijo pródigo, compartimos la reflexión completa de la Hermana Mary Anne.

Durante los últimos 18 años, la Hermana Marie Michele Donnelly y yo hemos sido codirectoras de Ministerios Espirituales de la Misericordia, un ministerio móvil que involucra a personas y grupos en un desarrollo espiritual continuo.

Cada año, de septiembre a diciembre y en el periodo de Cuaresma, Michele y yo ofrecemos un retiro a nuestros laicos en el Convento de la Misericordia en Merion, Pennsylvania. Este año, después de reflexionar en el peligroso estado de nuestra Iglesia, de nuestro país y de nuestro mundo, decidimos la temática: «Nuestra necesidad de Misericordia». Sabíamos que queríamos usar las parábolas de la Misericordia y también las curaciones milagrosas de Jesús como base de nuestras reflexiones.

Reflexionar sobre el hijo pródigo

Elegí la parábola del hijo pródigo. Supongo que la mayoría está familiarizada con la parábola, por ello solo voy a comentar una parte de ésta.

Cuando el hijo regresa a casa, después de despilfarrar la herencia de su padre, nos dice la Escritura:

«El padre dijo a sus servidores: “Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies”».

Recientemente, escuché a alguien hablar sobre el anillo y las sandalias que el padre dio al hijo. El anillo común en esos días, incluso en las Escrituras Hebraicas, era un sello. Un sello servía como la firma personalizada del dueño. Al darle el anillo a su hijo, el padre le estaba diciendo que nuevamente tenía acceso a su riqueza y herencia y que podía actuar de su parte legalmente en cualquier momento. Para mí, este es un ejemplo impresionante de la misericordia y generosidad del padre.

Pero también le dio sandalias. Simbólicamente, esto podía significar que el padre no le estaba quitando su libertad, ¡que lo dejaba libre para irse de nuevo con su herencia! Alguien describió esto como «Misericordia absolutamente desmesurada» y estoy completamente de acuerdo. El padre recibe nuevamente a su hijo en el seno de la familia con todos los derechos y privilegios que esto conlleva y, sin embargo, lo deja libre. Libre para ser fiel al amor del padre o libre para pecar de nuevo. Qué misericordia absolutamente desmesurada.

A decir verdad, ¿qué probabilidades hay de que el hijo se inquiete y se vaya nuevamente? Pienso en mis pecados, cuando los confieso ante Dios, digo con toda sinceridad que nunca los volveré a hacer. Pero… el Dios de la misericordia absolutamente desmesurada lo sabe y aun me envuelve en misericordia y compasión, incluso sabiendo que volveré a pecar.

Contemplar la primera parte me deja con una sensación de asombro y admiración ante la misericordia ilimitada de Dios para con nosotras, pecadoras.

El hermano mayor con actitud santurrona

La segunda parte, sobre el hermano mayor, la encuentro muy desafiante:

«El hijo mayor le respondió a su padre: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con prostitutas, haces matar para él el ternero engordado!”».

El hijo mayor está furioso por la respuesta amorosa y misericordiosa de su padre hacia su hermano descarriado. No solo no quiere perdonar las transgresiones de su hermano, no quiere ni siquiera reconocerlo como parte de su carne y sangre. Cuando habla de él con su padre, noten que dice: «ese hijo tuyo».

El padre desafía al hijo como también somos desafiadas a cambiar nuestra actitud santurrona y amar con gran misericordia a aquellas personas que pensamos no se lo merecen. Se requiere de mucha reflexión y oración para reconocer nuestra santurronería y nuestro fracaso para amar a aquellas personas que no han sido tan buenas como creemos que nosotras lo hemos sido, o que distan mucho de lo que esperaríamos de alguien que lleva una vida cristiana.

¿Misericordia para todos?

En nuestro tiempo planteo esta pregunta: ¿La misericordia de Dios llega a todas las personas? ¿A aquellos que han abusado sexualmente? ¿A los que encubrieron el abuso en nuestra Iglesia? ¿La misericordia de Dios llega a aquellos líderes del gobierno que parecen no tener principios morales, que parecen no mostrar sentido de integridad, que parecen no preocuparse por los más vulnerables en nuestra comunidad?

Hay una imagen de Dios que me ha acompañado en mis tiempos de indignación cuando los seres humanos son tan crueles entre sí; no recuerdo el origen. La imagen es la de un Dios enojado, furioso al constatar cómo su gente se trata entre sí. (Y yo sí creo que Dios está enojado y triste por la forma tan inhumana con la que nos tratamos mutuamente). Pero en vez de responder con odio y revancha, Dios contiene su odio y lo convierte en compasión por todas las personas — por el oprimido y por el opresor — y comienza a ver qué es lo que puede hacer tanto para levantar al oprimido como para curar al opresor. Esa imagen la encuentro muy desafiante.

Alegrando el corazón de Dios.

Como he estado reflexionando en este parábola, me ha venido otro sentido de Dios. Dice el salmista: «Los canales del río alegran la Ciudad de Dios. Dios está en medio de ella…».

Aunque pecadoras, somos parte de ese canal del río que alegra el corazón de Dios. Dios ve nuestros corazones. Dios ve cómo deseamos profundamente tenerlo cerca, cómo batallamos por ser compasivas con quienes hieren a los que Dios ama, cómo tratamos de ayudar a Dios en lo que podemos para liberar al oprimido y curar al opresor. Alegramos el corazón de Dios.

Recuerdo la película de hace unos años llamada «Pena de muerte» (“Dead Man Walking”). La Hermana Helen Prejean le dijo al hombre que iba a ser ejecutado: «Cuando veas a quienes te están observando, búscame. Seré para ti el rostro del amor en medio de esa multitud».

Quisiera imaginar que cuando Dios mira al mundo, ve nuestros rostros de amor y misericordia y eso le brinda calor y alegría a su corazón.