Por Hermana Anne Curtis
La encarnación es la revelación profunda de la sacralidad de todo. Misericordia es encarnación, una respuesta visceral al ver, sentir u oír el sufrimiento, la necesidad o el dolor. El amor de Misericordia es relacional, responde a quienes tienen el corazón roto. Esta llamada ha encontrado respuesta entre las personas atraídas por la Misericordia desde hace 193 años. No sólo celebramos esto este Día de la Misericordia, sino que también sintonizamos nuestros corazones y conciencias con lo que esto significa dadas las realidades de este tiempo.
La conciencia evolutiva puede no haber estado en la comprensión de Catalina McAuley, pero ella fue sensible a las necesidades de su tiempo; ella permitió que su conciencia se expandiera para satisfacer las nuevas demandas. Con un corazón de Misericordia a la escucha, oímos otra llamada a una nueva conciencia del Universo en desarrollo. Es una llamada a la que nos invitan científicos, biblistas, teólogos, especialistas en ética, personas religiosas y buscadores espirituales, y la propia Tierra.
El pacto de Misericordia para servir a las personas empobrecidas, enfermas y sin instrucción se ha entendido sobre todo en respuesta a las personas. La Misericordia suele identificarse con el prójimo en la historia del Buen Samaritano. El pensamiento cósmico nos invita a centrarnos no sólo en los personajes humanos de esta historia, sino también en nuestro prójimo: los animales, los árboles, el aire, el agua, las estrellas. Se nos invita a comprometernos con todas y todos con un amor compasivo y de prójimo. Cuidarnos mutuamente significa cuidar el hogar que compartimos con toda la creación. El círculo de la Misericordia debe ampliarse para incluir la tierra y toda la vida en «nuestra casa común».
Hoy, esa conciencia, teología y espiritualidad nos llaman a ampliar nuestra noción de quién es pobre, enfermo y sin instrucción. La Tierra misma sufre y está enferma; sus criaturas, su suelo, su aire y su agua sufren y son explotados. Este es el grito de un nuevo «pobre», el pobre que no es humano. También es un grito que está íntimamente relacionado con los miembros de la comunidad humana sobre cuya difícil situación Jesús llamó nuestra atención: quienes pasan hambre y sed, carecen de alimentos y refugio adecuados, están en las periferias y en prisión. La llamada urgente a la misericordia y la justicia llega ahora con un timbre no sólo social, sino también ecológico. No pueden separarse. ¿Qué significa esto para la Misericordia? Ahora que estamos al borde de la extinción o de la transformación, la Misericordia es más necesaria que nunca.
El Papa Francisco propone una teología integral encarnada y vivida como una espiritualidad global centrada en la realidad y el poder efectivo de la Misericordia. La pobreza económica coincide con la pobreza ecológica. Las personas empobrecidas sufren de manera desproporcionada la destrucción del medio ambiente. La reflexión sobre el mundo natural amenazado se hace más compleja cuando tenemos en cuenta los vínculos que existen entre la explotación de la tierra y la injusticia entre los propios seres humanos.
En retrospectiva, vemos que hemos caminado sobre la tierra como si fuera un objeto o cosa para usar y disponer de ella a nuestro antojo. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Laudato Si’ #2
Nuestra historia profunda y las necesidades del mundo nos llaman a una comprensión nueva y más amplia. Beatrice Bruteau lo expresa así: «Necesitamos una nueva teología del cosmos, fundamentada en la mejor ciencia de nuestros días… para que todo el mundo vuelva a ser sagrado». (“God’s Ecstasy: The Creation of Self-Creating World”)
Tal vez nuestro propio «Camino de la Unidad» refleje la realidad interconectada y en constante evolución en la que estamos inmersos y nos ayude a comprender la llamada urgente que tiene ante sí nuestro mundo. Nuestro carisma de Misericordia debe basarse en una conciencia en evolución con un círculo ampliado de quién y qué está incluido. «No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos» (Laudato Si’ #91).
Tendremos aprender de nuevo para nuestro tiempo «el verdadero espíritu de Misericordia que fluye sobre nosotras», la manera de ser misericordiosas para que nuestro planeta sea «misericordiado». Servir incluye toda la vida creada; mi prójimo incluye toda la creación. El carisma de la Misericordia resuena con un timbre no sólo social, sino también ecológico, porque cada criatura y toda la naturaleza es una palabra que refleja la sabiduría de Dios, un icono de lo divino.