Por Cynthia Sartor, Compañera en Misericordia
En una charla con un grupo de mis compañeras sobre temas de la vida en general y sobre muchas de nuestras experiencias, la conversación se derivó de pronto hacia asuntos espirituales. Una de las presentes fue muy elocuente, otra más descriptiva y una más decidió profundizar en los misterios de Dios. Otra de las compañeras que hasta ese momento había permanecido en silencio, compartió con nosotras su convicción de que su espiritualidad era tan sencilla que ella suponía imposible que pudiera ser comparada con la nuestra. Me pareció un comentario curiosamente perturbador. Como no quise que mi compañera se sintiera mal, pensé para mis adentros, ¿cómo podríamos comparar nuestra espiritualidad?
Poseo varios anillos de oro. Uno de ellos es el anillo de matrimonio de mi padre que ahora llevo conmigo como signo de mi compromiso como Compañera en Misericordia. Otro es un anillo que yo utilicé para un camafeo y que fue el primer regalo que mi padre le dio a mi madre. Siempre he amado este anillo. También está el anillo de sello que perteneció a un anciano que vivía frente a mi casa cuando era pequeña y que fue como un abuelo para mí. Es un anillo antiguo y tiene una «W» que ya casi no se alcanza a ver. Cada uno de estos objetos significa algo para mí. Ninguno se parece al otro en su forma o tamaño, pero cada uno es especial por su significado y por la relación que yo tuve con la persona que me lo dio.
¿Cómo podría comparar el oro con el oro, o el diseño de uno con el diseño del otro, o el significado que cada uno tiene para mí? Todos estos anillos de oro se parecen por el amor que se entrelaza con el recuerdo. No son comparables porque el amor no es comparable, éste solo puede ser disfrutado y compartido. Y sin embargo hay una diferencia y, en esa diferencia hay maravillas, significados y recuerdos.
Y así pasa con la espiritualidad: no puede ser comparada porque se trata de una relación personal con Dios que viene del caminar con Dios. Por momentos es distinta, siempre en evolución, danzando en y alrededor de nuestras personalidades y siempre pidiéndonos que nos acerquemos un poco más, ya que es Dios quien nos llama a acercarnos. El oro no puede ser comparado ni el amor tampoco.