Por Hermana Katherine Doyle
Los árboles de Navidad envueltos en luces brillantes, las calles y las casas decoradas, los sonidos y los olores de la Navidad anuncian la alegría de esta época, la época en que Dios irrumpe en nuestro mundo como un niño. Es un misterio que no podemos apresurar si queremos saborear su profundidad y su maravilla. El Adviento nos invita a entrar lentamente en la experiencia de la espera de Dios. Su etapa final, la octava previa a la Navidad, comienza con las antífonas O, cantadas por los cristianos al menos desde el siglo VI.
Las siete antífonas, enraizadas en los títulos de Dios, nos suscitan la santa memoria. Son breves recuerdos de los actos salvíficos de Dios que conducen al misterio mismo de la Encarnación. Esto es particularmente cierto en el caso de la segunda antífona: «O Adonai… Oh Señor de la casa de Israel, Te apareciste a Moisés en el fuego de la zarza ardiente, y en el Monte Sinaí le diste tu ley: Ven, y con brazo extendido redímenos». En esta breve antífona, la relación entre Dios y su pueblo queda plasmada en una oración relacional y conmemorativa.
Invocar a Dios como «Adonai, oh Gobernante» puede parecer algo contracultural en una época en la que la autoridad colaborativa y las estructuras no jerárquicas son profundamente valoradas, sobre todo por las mujeres. El título «Gobernante» es multivalente. Para algunas personas, es un término de dominación, incluso de opresión. Connota una relación carente de la reciprocidad del respeto y el cuidado. Para otras personas, está ligado a una imagen de liderazgo benevolente en la que el «gobernante» ejerce la compasión, el respeto y la justicia al servicio de los gobernados. Es una relación de intimidad y amor. El trasfondo bíblico del texto apunta a esta última interpretación como contexto de la antífona.
Arraigada en el texto profético de Isaías, la antífona reconoce que Dios es nuestro todo, aquel a quien debemos nuestro amor, nuestras energías, nuestro propio ser, nos recuerda que Dios es un Dios de misericordia siempre presente con nosotras/os. Es Dios que viene con el brazo extendido, que «no juzgará por lo que ve con sus ojos, ni decidirá por lo que oye con sus oídos; sino que con justicia juzgará a los necesitados, con justicia decidirá por los pobres de la tierra». (Is 11, 4) La antífona Adonai es una antífona de misericordia porque nos llama a recordar las maravillosas misericordias salvadoras de Dios. La referencia tanto a la zarza ardiente como a la Alianza del Sinaí nos afirma que nuestro Dios siente el dolor de quienes sufren y ofrece liberación a las personas oprimidas. Éste es el Dios al que pertenecemos.
Cuando Catalina McAuley rezó esta antífona, debió de resonar con los anhelos de su propio corazón. Como Dios, escuchaba constantemente el clamor de los más pobres. Para mí, esta antífona es un eco del don de entrega que encontró en su Suscipe y nos habla de nuestra llamada a ser misericordia para el mundo. La zarza ardiente nos recuerda el fuego de la compasión de Dios cuando Moisés es enviado a un pueblo que sufre. Los arbustos ardientes en nuestras vidas hacen lo mismo, avivando nuestros corazones para actuar por la justicia. El recuerdo del Sinaí no sólo afirma nuestra alianza con el Santo, sino que nos identifica como un solo pueblo, un pueblo unido en Dios. Ya sea en la amistad o enemistad, colaborando o en el enfrentamiento, nos pertenecemos mutuamente porque somos propiedad de Dios, y Dios anhela relacionarse con nosotras/os no sólo un día, sino siempre.
Invocar que Adonai nos salve tiene un sentido a la vez conmovedor y esperanzador en este momento de nuestro mundo. Si Dios es verdaderamente el Dios que siente el sufrimiento de la gente oprimida, marginada, entonces quienes somos el Cuerpo de Cristo hoy debemos sentirnos con el impulso de actuar en su favor. No sólo debemos lamentar el sufrimiento; debemos esforzarnos por aliviarlo. El brazo extendido de la redención se ve en nuestros brazos extendidos que son los instrumentos de la misericordia de Dios. Pedimos no sólo la venida de nuestro Dios salvador, sino también el valor de ser ese canal de sanación y justicia para nuestros hermanos y nuestras hermanas.