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Por Hermana Marian Thérèse Arroyo 

Por él, por medio de su sangre, obtenemos el rescate, el perdón de los pecados. Derrochó en nosotros toda clase de sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: que el universo, lo terrestre y lo celeste, alcanzaran su unidad en Cristo.

Efesios 1, 7-10

¡Jesús resucitó! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! 

Hace apenas unos meses nos alegramos y celebramos el nacimiento encarnado de Cristo «cuando llegó la plenitud de los tiempos» (Gálatas 4, 4). Bautizados en el Misterio Pascual de Cristo, nos lavó la inmensidad del amor generoso de Dios y nos arrastró a la victoria divina sobre el pecado y la muerte para siempre. Doy gracias por el Año Litúrgico de la Iglesia, que nos brinda la oportunidad de sumergirnos en la vida y misión de Jesucristo y crecer en ellas. 

Me encanta cómo la serie «The Chosen» describe la vida judía en tiempos apostólicos. La tan esperada llegada del Mesías estaba profundamente arraigada en la conciencia colectiva del pueblo judío, tal como se expresaba en sus oraciones y rituales. Tenían sus ideas sobre la libertad frente al control opresor del Imperio Romano. «The Chosen» ofrece una perspectiva visual y auditiva de la dinámica interpersonal y de grupo entre Jesús, sus discípulos y el contexto de su realidad sinodal.  

Si Jesús nació en la plenitud de los tiempos hace más de 2 milenios, ¿seguimos viviendo aún «en la plenitud de los tiempos»? 

Cada año nos adentramos en la experiencia del desierto de Cuaresma. Dentro de ella, nos comprometemos en una miríada de sacrificios y prácticas cuaresmales. Nuevas dimensiones del ayuno y la abstinencia se desarrollan a medida que somos conscientes de actuar intencionadamente con bondad y compasión en nuestra respuesta cotidiana a la difícil situación de las personas en nuestro hogar, nuestras familias, nuestro Instituto e Iglesia, las personas que sufren y las que mueren. 

El desierto nos permite abrirnos a las conversaciones más profundas y privadas con Dios. Entregar todas nuestras luchas a Dios en la fe requiere tiempo. Nos enseña a tomarnos el tiempo necesario para quitarnos de los ojos esas escamas de orgullo e indiferencia que nos impiden «ver la luz».  Hace unos meses me quitaron las cataratas. Todo parecía más brillante y se veía con más claridad. Sin embargo, incluso con una visión 20/20, sigue sin ser perfecta. Lleva tiempo «ver» como Dios ve. 

Los tiempos de Cuaresma y Pascua nos llaman a renovar nuestro propósito, nuestra misión, nuestra alianza con Dios. Cuando participamos en la pasión y muerte de Cristo, nuestro Salvador, rezamos para salir vivos, quizá nos transfiguremos y transformemos en la Pascua. La conversión es para toda la vida. 

«Está cumplido» acaba de empezar.   

Cada año, la Pascua marca la llegada de la primavera a nuestras vidas, otra oportunidad para comenzar de nuevo, empezar otra vez. Es casi como ducharse, o salir de la confesión, reconciliarse, ponerse ropa limpia después de un buen baño. Es la alegría y el alivio de soltar y dejar que Dios controle nuestras vidas. Es la alegría de aprender algo nuevo e inspirarse en ello. 

El reto de compartir las Buenas Noticias parece referirse a la calidad de quienes las reciben. ¿Cuál es la disposición de nuestra escucha cuando oímos buenas noticias? ¿Podemos creer y confiar en quién lleva las buenas noticias? 

Cuando el Papa Francisco invitó a las/los «bautizados» de la Iglesia Universal a participar en el Sínodo sobre la Sinodalidad, ¿cómo se recibió la invitación?  

La edificación de la fe en Jesucristo en los tiempos apostólicos puede compararse con el desafiante trabajo de la fe hoy en día. Tenemos una probada del cielo, pero aún no; todavía estamos trabajando en el resto del alimento. Queda mucho por hacer en la viña de Dios.  

A lo largo de este tiempo de Pascua, oíremos historias de fe que conmovieron a sus discípulos hasta las lágrimas, con incredulidad y alegría, con asombro ante las maravillas de Dios. Caminemos con las demás personas, junto con el Cuerpo de Cristo, en un mismo Espíritu, una misma fe, siempre con curiosidad e inspirándonos en las obras interiores de Dios en nuestras vidas. Caminemos en el espíritu del Encuentro, en la alegría de la sinodalidad… porque Dios camina a nuestro lado. 

Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones.