Por Hermana Larretta Rivera-Williams
Si bien Catalina McAuley no pensó inicialmente en fundar una orden religiosa, lo hizo inadvertidamente y aquí estamos hoy. Siempre seremos conocidas entre millones de mujeres y hombres que las Hermanas de la Misericordia, las Asociadas y Asociados de la Misericordia y las Compañeras en Misericordia han atendido.
Hoy, ya sea a través del ministerio activo o sentadas en silencio en oración, caminamos tras las huellas de Catalina.
Soy capellana en Holy Angels, Inc, uno de los ministerios auspiciados por las Hermanas de la Misericordia que atiende las veinticuatro horas del día a personas de todas las edades con capacidades diferentes. Tengo el privilegio de acompañar a sus residentes. La mayoría están en sillas de ruedas, no pueden hablar o ver. Es un honor para mí ser una presencia de Misericordia para nuestro personal y escuchar a los familiares contar historias de lo que les trajo a Holy Angels.
Las personas residentes y sus familias me muestran cada día lo que significa caminar en la misericordia. Han afrontado muchos retos, pero se levantan para superarlos con gracia y bondad. Una de las personas a las que tengo el placer de ver cada semana sufrió una discapacidad del desarrollo durante lo que algunos podrían considerar una operación correctiva que no ponía en peligro su vida. Imagínense a un infante joven y feliz que entra al quirófano, pero no sale de él con la capacidad de hablar, caminar o ver.
He vivido personalmente la incapacidad de caminar por una parálisis previa debida a la esclerosis múltiple. Nada me ha hecho sentir más humilde que mirar los hipnotizadores ojos de un niño que nunca ha tenido la capacidad de caminar.
¿Qué lección del amor y de la misericordia de Dios hay en una situación así para los padres? ¿Cómo explicar un caso tan desafortunado a sus hermanas y hermanos? ¿Qué me ha llevado a quererle y a sentir ansiedad de separación cuando no puedo estar presente? ¿Es el amor que sigue irradiando el zumbido del niño, sus ojos escrutadores y su sonrisa contagiosa? Sí, ¡sólo puede ser la gracia de Dios y su infinita misericordia!
Con la misericordia de Dios como guía, debemos caminar por la vida considerando cómo nuestras elecciones y acciones afectan a quienes nos rodean. Si no me tomo tiempo para considerar cómo mi ser afecta la presencia de otra persona, posiblemente podría convertirme en una digresión de la manifestación de la gracia de Dios. Si no me tomo tiempo para respirar en los momentos de ansiedad, podría privar a la habitación de la alegría que la sustenta. Si condujera «rápido y furiosa», podría causar lesiones graves o privar de la vida a otra persona. Si no considero lo que es correcto y justo, posiblemente socavaría el don caritativo para con alguien en necesidad. Si me niego a decir la verdad frente a la mentira, posiblemente habré dejado sufrir a inocentes.
La forma en que caminamos por nuestras vidas tiene recompensas y consecuencias. Por suerte, hay infinitas maneras de caminar en la misericordia.