Por la Hermana Patricia McCann
En 1979, los obispos católicos de los Estados Unidos publicaron una carta pastoral sobre el racismo titulada «Nuestros hermanos y hermanas». Cuarenta y dos años después, la desigualdad racial, la intolerancia y el malentendido siguen siendo parte del tejido de la vida estadounidense.
Las primeras líneas de la carta pastoral enmarcan la situación que impulsó a los obispos a hablar: «El racismo es un mal que perdura en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia. A pesar de los avances aparentes e incluso los cambios significativos en los dos últimos decenios [1960 y 1970], la realidad del racismo permanece». («Nuestros hermanos y hermanas», párrafo 1)
La postura de la Iglesia de que el racismo constituye una importante preocupación moral que desafía a las personas de fe es clara. El mal y el pecado no son palabras usadas ligeramente en los documentos de la Iglesia; hablan de la formación de la conciencia. «Nuestros hermanos y hermanas» utiliza el lenguaje de la enseñanza moral católica. «El racismo es un pecado: un pecado que divide a la familia humana; borra la imagen de Dios entre miembros específicos de esa familia y viola la dignidad humana fundamental de aquellos llamados a ser hijos e hijas del mismo Padre. El racismo es el pecado que dice que algunos seres humanos son intrínsecamente superiores y otros esencialmente inferiores por cuenta de su raza. Es un pecado que hace de las características raciales el factor determinante para el ejercicio de los derechos humanos» (párrafo 7).
Lamentablemente, las áreas de la vida estadounidense en las que los obispos identificaron un sesgo racial en 1979 no son muy diferentes de la lista que podríamos elaborar en 2022. Citaron preocupaciones económicas: pobreza sistémica, disponibilidad de empleo, tasas de desempleo; señalaron la gran brecha en oportunidades educativas y viviendas disponibles entre los barrios blancos y negros. La carta pastoral observaba: «Los sistemas educativos, legales y financieros, junto con otras estructuras y sectores de nuestra sociedad, impiden el progreso de la gente y reducen su acceso porque son negros, hispanos, nativos americanos o asiáticos». (párrafo 10).
Sin duda, se han hecho progresos para alterar esta realidad en las cuatro décadas desde 1979, Sin embargo, acontecimientos como los múltiples asesinatos policiales de hombres y mujeres negros, desarmados en los últimos años y el creciente número de crímenes de odio denunciados aumentan la conciencia del hecho de que aún tenemos un largo camino por recorrer. El perfil racial sigue siendo una práctica común, especialmente para los jóvenes negros, hispanos y de Oriente Medio. El fanatismo y los insultos raciales todavía salpican nuestro lenguaje y nuestras acciones con demasiada frecuencia. Los supremacistas blancos encuentran refugio seguro en el apoyo público en un grado alarmante. Gran parte de este comportamiento está basado en el miedo y la ignorancia.
Tal vez haya llegado el momento de que los católicos, tanto el clero como los laicos, saquen esta carta pastoral de hace 42 años de un estante polvoriento y juntos estudien, recen y dialoguen el reto que nos plantea. Si aplicamos la enseñanza moral de «Nuestros hermanos y hermanas» a los problemas contemporáneos, nos acercará más a la resolución de la brecha racial que nos impide ser realmente hermanos y hermanas en la familia humana de Dios.
Por favor, tengan en cuenta: La carta pastoral «Nuestros hermanos y hermanas» está disponible en el sitio web de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.
Nota sobre la traducción: Las citas son obra del traductor. No se han tomado de la carta de los obispos en español.