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¡Hemos de ser lámparas brillantes!

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Por Hermana Boreta Singleton

El tema de la Semana de las Hermanas Católicas: Celebrar la tradición, cambiar el mundo, me recuerda nuestra tradición de las Hermanas de la Misericordia renovando sus votos, y de asociadas/os y compañeras al renovar sus Pactos en la víspera de Año Nuevo. Cuando me mudé a Nueva York en 2002, siempre regresaba a mi ciudad natal de Filadelfia durante las vacaciones de Navidad para visitar a familiares y amistades. Un año acepté la invitación de mis amigas, Hermanas Suzanne Neisser y Anne Marie Weisglass, para asistir a la Reflexión y Misa en Merion, Pensilvania el 31 de diciembre. El primer año que asistí quedé impactada por la belleza de la renovación de votos de las hermanas mientras sostenían velas encendidas. Este gesto me recuerda al ministro del Bautismo dándole al niño o niña que acaba de recibir el bautismo, una vela encendida. Él dice: «Cristo ha iluminado a este/a niño/a suyo/a. Él/Ella debe caminar siempre como hijo/a de la luz. Que mantenga viva la llama de la fe en su corazón». La llama de la fe se ha mantenido viva en los corazones de nuestras hermanas a medida que responden al llamado de Dios con su vida de votos. Ellas caminan como hijas de la luz y practican lo que Jesús dijo: «Deja que tu luz brille ante todos para que vean tus buenas obras y den gloria a Dios». (Mt 5:16) 

Con el pasar de los años, la belleza de esa parte de la Misa de víspera de Año Nuevo sigue resonando en mí. Mientras veo a las hermanas encender sus velas antes de renovar sus votos, me acuerdo de millares de Hermanas de la Misericordia en todo el mundo que están en el umbral de un nuevo año y recuerdan los votos que hicieron en sus Profesiones. Esa luz de Cristo irradia tanto en ellas como hacia todas las personas que encuentran. Los ministerios de las hermanas a lo largo de los años han tocado innumerables vidas y continúan cambiando el mundo. Cada vez que recordamos a una hermana que está presente en el pueblo de Dios, incluidas nuestras hermanas que ya no están en un apostolado activo y tienen el ministerio de la oración, el pueblo de Dios encuentra su luz y vive sus buenas obras que dan luz a nuestro mundo tan necesitado de sanación. No es de extrañar que Catalina McAuley nos dijera: «Todas deberíamos ser lámparas brillantes, dando luz a quienes nos rodean». ¡Que el pueblo de Dios continúe viendo la luz de Cristo que las Hermanas de la Misericordia les traen!