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La gratitud nos mueve de la desesperación a la alegría, a la esperanza

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Por la Hermana Agnes Brueggen

«Con himnos de alabanza… y gritos de alegría» (Salmo 47)

¿Gritos de alegría por la pérdida de una mentora apreciada? ¿Alegría de decirle adiós a un amigo que no volverás a ver en esta vida? ¿Alegre porque un ser querido se va lejos? ¡Debes estar bromeando! Sin embargo, las lecturas bíblicas de la Ascensión nos ofrecen la oportunidad de mirar nuevamente la alegría pascual, junto con la despedida. ¿Quizá es esa misteriosa «alegría de desprenderse» que con frecuencia se atribuye a San Francisco de Asís? ¿O quizá es la invitación de Jesús de profundizar en las fuentes de la ALEGRÍA que ha prometido?

En la Última Cena, Jesús habló larga y amorosamente sobre los dones que dio, el legado que deja, y la esperanza que tiene en sus amigos. Y después de esta «despedida», Jesús es crucificado y muere. ¡Después, resucita! Se reavivan las esperanzas defraudadas. Y ahora, nuevamente, Jesús se prepara para partir. No hay gritos de alegría. ¿Pueden realmente regocijarse los amigos de Jesús por otra pérdida de su presencia física?

El Hermano David Steindl-Rast nos recuerda una forma segura para aceptar una situación tan desafiante. Él escribe: «No es la alegría lo que nos hace agradecidos; es la GRATITUD lo que nos alegra». Los apóstoles tenían mucho que agradecer. Compartieron una relación personal con Jesús. Fueron testigos de milagros curativos, cambios de corazón, vidas renovadas; recibieron continuamente la sabiduría de su Maestro. Aunque dudaron ocasionalmente, no abandonaron a Aquel cuyo llamado dio un sentido a sus vidas. ¡Todo esto fue motivo de gratitud! Y su historia es nuestra historia. Como los apóstoles, hemos experimentado la presencia del Santísimo: somos testigos de la bondad de Dios. Hemos recibido dones ordinarios y extraordinarios de amor misericordioso, entre los cuales se encuentra nuestra herencia de la Misericordia. ¡Más razones para la gratitud! ¡Y la gratitud siempre trae consigo a su hermana la ESPERANZA!

¡Y entonces hay esperanza! Los Efesios nos recuerdan este don precioso. Humanamente hablando, es difícil estar alegre cuando uno no tiene esperanza. ¡Pero mira a tu alrededor! ¡El compromiso desinteresado de las hermanas y colegas nos da esperanza! ¡Las obras de misericordia y las acciones de justicia en nuestras fronteras nos dan esperanza! ¡Los mensajes audaces de líderes proféticos nos dan esperanza! ¡Actos sencillos de bondad, de amigos y extraños por igual, nos dan esperanza! ¡Completar una tarea aparentemente imposible nos da esperanza! ¡El regreso de la primavera, gloriosa con árboles verdes y flores fragantes nos da esperanza! ¿Y el Espíritu prometido de Jesús? ¡Una esperanza inmensa!

Imagino en las Sagradas Escrituras a Jesús conversando de corazón a corazón con sus amigos antes de la bendición formal de la Ascensión, recordándoles gentilmente todo por lo que tienen que estar agradecidos; y todo lo que tienen que anticipar del futuro con esperanza. ¿Se «iluminarán los ojos de nuestros corazones» para ver la esperanza de nuestro futuro, así como nuestra «llamada» actual? ¿Permitiremos que los «gritos de alegría» moderen la tristeza de nuestras pérdidas? ¿Practicaremos la gratitud? Hoy, como los apóstoles, ¡elijamos servir con inmensa ALEGRÍA y con nuevas acciones de ESPERANZA, siempre AGRADECIDAS por la presencia del Espíritu!