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Por la Hermana Pat Kenny

En esta bella temporada de cosechas y jubileos de las hermanas, nos apuramos para celebrar lo que pronto se desvanecerá o pasará inadvertido, me acuerdo de un remoto programa televisivo titulado «Esta es su vida», presentado por Ralph Edwards. El tema central del programa era sobre una persona cuya profesión no había aún concluido, pero su creciente importancia era digna de celebración. El presentador relató anécdotas sobre los logros y sucesos de la niñez y quizás atribuyó los logros futuros a las lecciones aprendidas y las aptitudes obtenidas durante los primeros años. Además, habló sobre los honores y premios, como también sobre los desafíos superados. El momento más importante llegó casi al final de la hora cuando familiares y amigos, mentores y colaboradores fueron llamados de las alas (del salón) para sorpresa del invitado especial. Hubo aclamaciones y lágrimas. Todo fue tan sincero, el simple gozo de tener la oportunidad de aplaudir y regocijarse en los logros de una persona.

Solemos hacerlo cuando celebramos los jubileos, las metas principales que merecen una mención especial y que proveen la oportunidad de reunirse con las personas que han facilitado y apoyado a las personas que celebran a través de los años las dificultades y los triunfos. Escuchamos con gran aprecio y convicción cuando la persona designada a exponer acerca de los demás nos guía con la experiencia de una vida bien vivida, la cual también deberíamos vivir.

En este tiempo, tan saturado de dudas, temores, cinismo y burlas, en el que nadie se libra de ser víctima de calumnias, difamaciones y mentiras, tememos por nuestra reputación más que por nuestra fortuna. Se puede arruinar una vida por un desliz, un malentendido, una imprudencia en algún lugar del camino. Nosotras, las que nos desvelamos y tememos lo peor a medida que se aproximan las elecciones de noviembre, debemos recordar que, en lo profundo de la psique de la mayoría de los estadounidenses, existe aún el deseo de mutuo respeto con los vecinos. El deseo por la verdad con el que nacemos es, en el fondo más fuerte que la inquietud de cuestionarlo todo.

La vida de cada persona merece ser celebrada alguna vez: la persona que llega al trampolín más alto de la popularidad y el éxito o la que simplemente avanza con pies rápidos y ligeros a lo largo de la superficie toda su vida. El mundo puede establecer metas altas para merecer los grandes laureles, pero nosotras, como personas, podemos determinar nuestros propios estándares de compensación.

Tomarse el tiempo de notar el logro, el éxito o incluso el esfuerzo constante para alentar requiere de muy poco tiempo o energía. No es pedir demasiado de aquellos que son capaces de criticar y ridiculizar que encuentren algo en el carácter, desempeño o currículum de cada persona que pueda ser admirable e incluso elogiable. No debería ser la responsabilidad de aquellos que relatan las historias de interés humano en la televisión o las Pollyannas entre nosotras las que traen un rayo de esperanza a nuestras vidas. Ralph Edwards no regresará para sorprender a las celebridades con un tributo retrospectivo de sus destacadas carreras, pero podemos lograr tanto si sólo buscamos lo bueno en quienes nos rodean.