Primera Semana de Adviento — Esperanza Divina de Nuestro Dios de Adviento
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Por Hermana Mary Sullivan
Esta es la primera reflexión en nuestra serie de blogs del Adviento 2019.
En esta estación de esperanza y anticipo, les invitamos a subscribirse a nuestro blog y a leer junto con nosotras.
Durante esta primera semana de Adviento no seamos miopes. No limitemos pensamientos y oraciones a conmemorar solo el nacimiento de Jesús de Nazaret. Tan decisivo para nuestras vidas y felicidad final como está y estará siempre el Hijo de Dios, encarnado sobre un pesebre en Belén, esa bendita venida de Dios en medio de nuestra historia y circunstancias humanas no es el Adviento, la venida de Dios, que ahora esperamos.
Porque Dios es Amor, y nuestro Dios no es un Dios inmóvil, remotamente indiferente al universo y a la Vida que este Dios ha creado y sostiene. Nuestro Dios es un Dios que siempre viene, todavía presente moviéndose hacia nosotros creativamente y con avidez.
Cuando el Niño de Belén llegó a ser un hombre crucificado y coronado de espinas en una cruz por haber proclamado fielmente a su «Abba», su Padre amado no lo olvidó. Dios, su Padre, todavía estaba ahí sosteniendo aún su mano elevándolo a una vida nueva. Y en esa tierna resurrección, nuestro Dios que siempre viene nos promete la transformación final de toda la humanidad y de toda la Creación.
Como lo ha explicado el teólogo y filósofo Abraham Heschel, nuestro Dios es un Dios en relación íntima con la Creación y, por lo tanto, «necesita» de nuestra humanidad. El anhelo inherente de nuestro Dios Creador –la esperanza divina de Dios desde el primer momento del universo– fue que la vida consciente creada llegara a ser y aprendiera a amar, y que luego llegáramos libremente al amor de Dios, incluso cuando el amor de Dios nos llega libremente.
Por lo tanto, «esperar» es recuperar o adquirir, con la ayuda de Dios, una conciencia humilde del Dios que siempre viene y que no solo está detrás de nosotros, sino también presente frente y delante de nosotros, siempre viniendo hacia nosotros y empujándonos libremente, por instrucciones divinas y dones habilitadores, hacia la gloria eterna con nuestro Dios de Adviento.
Por ello, mientras continuamos nuestra peregrinación humana hacia Dios y encendemos la primera vela de la corona de Adviento, digamos a Dios con esperanza: