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Por la Hermana Mary Sullivan

Hermana Mary Sullivan, quien pasó a la vida eterna el 21 de marzo de 2023, escribió esta reflexión en 2021.

Catalina McAuley pensó evidentemente que las Hermanas de la Misericordia y sus compañeras en la acción misericordiosa aprenderían algo de gran importancia de Santa Catalina de Siena. En la década de 1830, cuando compuso la Regla original de las Hermanas de la Misericordia utilizando como guía la Regla de las Hermanas de la Presentación, introdujo referencias a Catalina de Siena en dos lugares.


Al enumerar a santos y santas a quienes las hermanas debían «tener una devoción particular», agregó a Catalina de Siena. Al redactar el capítulo sobre «Visitar a enfermos», uno de los principales oficios apostólicos de las Hermanas de la Misericordia, nombró a Catalina de Siena como una de «las santas más eminentes [que] dedicaron su vida a esta obra de misericordia». Catalina de Dublín vio a la santa de Siena como ejemplo inspirador de la «gran ternura de Jesucristo por los enfermos» y del cuidado del propio cuerpo humano de Cristo «en las personas de los pobres sufrientes» (Regla 3.2).

Aunque en la Regla Catalina McAuley no mencionó el celebrar la fiesta de la madre superiora de una comunidad (un título que nunca usó para sí misma), en la Calle Baggot consideraron su fiesta —la de Catalina de Siena (ahora el 29 de abril, entonces 30 de abril)—, como un día de celebración.

En una poesía de ese día de 1835, las novicias dijeron a Catalina que necesitaban dinero para comprar ingredientes y hornear una tarta de té en su honor. Al darse cuenta de sus intenciones cariñosas y de sus habilidades para hornear, probablemente mínimas, Catalina les dijo, también en poesía, que se había anticipado a su deseo y que ya había pedido un pastel «muy bueno» en la tienda, algo raro en la Calle Baggot. Se dio cuenta del gusto que representaría un pastel para toda la comunidad (CCMcA, 68).

Sin embargo en 1841, en una carta agradeciendo a Frances Warde por «la bonita Santa Catalina» (una tarjetita conmemorativa), Catalina escribió: «No tuvimos aquí ninguna insensatez en su día; tantas en retiro. De hecho, me alegré mucho» (CCMcA, 396).

Las pinturas y retratos de los santos tratan de representar su bondad. Rara vez estas imágenes ilustran el espíritu más profundo del santo o santa y la acción cristiana central. A veces son engañosas. Por ejemplo, muchas imágenes de Catalina McAuley la muestran sentada tranquilamente con las manos cruzadas en su regazo, muy lejos de sus siete meses de rodillas durante el día, al lado consolando a las víctimas aterrorizadas y moribundas por el cólera; sus días enseñando habilidades para el sustento de la vida a mujeres jóvenes sin hogar y niñas descalzas; su visita a los enfermos y moribundos pobres que yacían en esteras de paja en los barrios marginales; su caminar por la nieve o montar en diligencias por caminos llenos de baches para atender necesidades humanas distantes; o su insistencia persistente al clero reacio a ofrecer servicios de capellanía adecuados para los sirvientes domésticos pobres y financiar una escuela para niñas abandonadas y vagabundas.

Algunos retratos de Catalina de Siena la muestran apoyada contra la pared de una iglesia, profundamente absorta en uno de los éxtasis que moldearon su vida. No la muestran regalando su manto negro dominicano a un pobre con frío: «Prefiero ir sin manto que sin caridad». No la muestran cuidando diariamente a una anciana aislada, con lepra y lengua amarga. No la muestran durante la peste que asoló Siena en 1374, yendo de noche con un farol en la mano, a viviendas y hospitales locales para consolar a las víctimas moribundas y luego enterrarlas con sus propias manos. No la muestran viajando a Aviñón, Florencia y Roma y diciendo enérgicamente a Papas y líderes cívicos que cumplan con el deber que Dios les dio de unir al pueblo de Dios y promover la paz.

La imagen visual de la vida de Catalina de Siena que revela más su seguimiento del Cristo crucificado, a quien tanto amó y buscó servir, se da en su propia Carta 9, dictada probablemente en junio de 1375, cinco años antes de su muerte. A sus 28 años, describe su misericordioso acercamiento a Niccolo di Toldo, un joven condenado: cuando lo visitó y luego se arrodilló con él en el tajo cuando lo decapitaron. Ella escribe:

«Me hizo prometer por el amor de Dios que yo estaría a su lado a la hora de la justicia. Y mantuve mi promesa … Le dije: “Valor, dulce hermano mío, pues muy pronto estaremos en las bodas eternas. Irás bañado en la dulce sangre del Hijo de Dios y con el dulce nombre de Jesús, que no quiero que salga de tu corazón. Yo te esperaré en el lugar de la justicia … ”».

«Lo esperé, pues, en el lugar de la justicia invocando sin cesar la asistencia … Para poder darle luz y la paz del corazón al ver que alcanzaba su último fin».

«Llegó, dulce como un cordero. Y sonrió al distinguirme. Quiso que yo trazara sobre él la señal de la cruz. Lo hice, y luego le dije: “De rodillas; a las bodas, mi dulce hermano. Vas a tener la vida que no termina jamás”». Entonces se extendió con gran dulzura y yo le tendí el cuello. Inclinada sobre él, le recordaba la sangre del Cordero. Y él sólo sabía repetir: “¡Jesús! y ¡Catalina!”. Todavía lo estaba repitiendo cuando recibí en mis manos su cabeza, mientras mis ojos estaban fijos en la Bondad divina cuando dije: “Lo haré”».

«Y vi, como se ve la claridad del sol, al Hombre-Dios con el costado abierto. Recibía la sangre en su Sangre y el fuego del santo deseo dado por la gracia y escondido en su alma. Lo recibía en el fuego de su divina Caridad». (Kenelm Foster y Mary John Ronayne, eds. I, Catalina, London: Collins, 1980, 72–74).

Somos la familia de las dos Catalinas, en una verdadera comunión de santas. Agradecidas por su ejemplo, inspiración y aliento, también tratamos de servir los sufrimientos corporales y necesidades espirituales de nuestros días: en los enfermos y sufrimientos de nuestros vecinos, en la frontera sur, las calles, prisiones, hospitales llenos de pacientes con COVID-19 y otras personas.

Que el recuerdo de la vida misericordiosa de Catalina de Siena y de su abrazo transformador al amor crucificado de Jesucristo transfigure nuestras vidas, como lo hizo con Catalina McAuley. Que también nos arrodillemos y acunemos las cabezas, los cuerpos y espíritus de nuestro prójimo en este mundo. Y que Dios nos conceda a cada una de nosotras algo de su confianza en la constante presencia y ayuda de Cristo.


Hermana Mary Sullivan es profesora emérita de lengua y literatura y decana emérita en la Facultad de Bellas Artes del Instituto Tecnológico de Rochester, Nueva York. Ella es autora de muchos libros, incluso La correspondencia de Catalina McAuley, 1818-1841 (2004), Catalina McAuley la Tradición de la Misericordia (1995) y El camino de la Misericordia: La vida de Catalina McAuley(2012).