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Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

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Por Hermana Hilda Jimenez

Cada Viernes Santo hacemos una pausa, meditamos y oramos aprovechando la gran tradición de la Iglesia. Reflexionamos sobre el momento en que, según el Evangelio, Jesús pronunció estas palabras y, al tiempo, rezamos por quienes actualmente sufren la injusticia y el aislamiento en muchos países del mundo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». 

Las últimas palabras de Jesús se dirigen a nosotros. Él nos muestra cómo ha cumplido su misión salvadora y nos envía la fe para que sigamos sus huellas. En la cruz, torturado, moribundo, mientras luchaba por respirar, Jesús no calló. 

«Al mediodía se oscureció todo el territorio hasta media tarde. A esa hora Jesús gritó con voz potente: ‘Eloi, Eloi, lama sabachthani’, que significa: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?». 

Mc 15:33 

En ese momento, Jesús cita las palabras del Salmo 22, ofreciendo su sufrimiento al Padre. Jesús asumió este salmo como propio y clamó desde la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» ¿Sintió Jesús que había invocado a su Padre en vano? Al permanecer el Padre en silencio, ¿se sintió Jesús privado de todo consuelo celestial? 

Cuando Dios se siente lejano y distante en este momento tan humano y vulnerable, Jesús cita el Salmo 22, el mismo que entonamos cada Viernes Santo. Tal fue la prueba suprema que Jesús soportó para salvarnos de nuestros pecados. Sin embargo, en medio de la tremenda oscuridad, en el fondo del alma de Jesús hay luz. Sabe que, a pesar del silencio de su Padre, Dios está siempre con Él. El Padre no abandona a Cristo; Cristo se abandona en el Padre. 

La crucifixión de Jesús es algo que no comprendo del todo. Aquel día, Jesús era verdaderamente Dios y plenamente humano, por lo que su voz de perdón, salvación, relación, abandono y angustia merece ser meditada; ofrece consuelo a nuestra vida como cristianos. 

Reflexionando sobre lo que sucede hoy en nuestro mundo, donde hay tanta injusticia –aislamiento, odio, ira, prejuicios, guerra y víctimas, y tanta gente pidiendo paz casi hasta la desesperación–, yo clamaría al Padre amoroso con voz lastimera: ¿Por qué? ¿Por qué esta guerra entre Ucrania y Rusia? ¿Por qué la guerra entre Israel y Gaza? ¿Por qué han muerto tantos niños, privados de alimentos y hogares, obligados a abandonar sus patrias y buscar refugio en tierras extrañas sólo para sobrevivir? ¡El sufrimiento no tiene fin! ¿Por qué han sido abandonados, Señor Dios? 

¡Señor Jesús, escucha mis oraciones! Oyendo a Dios, que nos ofrece un amor profundo y una seguridad valiente, siento que Dios Padre no abandona a su pueblo. No me abandona a mí, ni siquiera por todas mis preguntas, sino que me ofrece una presencia amorosa para ayudarme a soportar mi propio dolor y mis luchas con lo que sucede en el mundo. Espero comprender plenamente el poder salvador del amor de Dios. 

Al meditar sobre la profundidad del sacrificio de Jesús, vemos la humildad en su sufrimiento y la muerte sangrienta de su crucifixión en todo su dolor e intensidad. Reconozco cada sufrimiento y sacrificio de nuestro Salvador Jesucristo. Gracias, Señor Jesús, por tu amor inquebrantable que te llevó a dar tu vida por mí y como rescate por todas las personas que creen en ti.