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Dar buen consejo a quien lo necesita: Abracen la libertad, abran su corazón a la duda

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Por Hermana Amanda Carrier 

En la serie de reflexiones de Cuaresma de este año, siete hermanas ofrecen sus historias personales y sus perspectivas sobre cada una de las Obras de Misericordia Espirituales y cómo los actos de misericordia pueden tener un profundo impacto en las vidas de nuestras hermanas y hermanos. Acompañan a estas reflexiones unos dibujos lineales de Hermana Mary Clare Agnew, contemporánea de Catalina McAuley, que ilustran el ministerio de las Hermanas de la Misericordia en la Irlanda de 1830. 

Yo quería ser científica de la NASA sobre cohetes, literalmente. Así que cuando fui a la universidad, era lógico estudiar ingeniería aeroespacial. Sin embargo, al cabo de un semestre empecé a tener serias dudas sobre mi camino. Se me daba bien la física, me encantaba el tema de los cohetes y el universo me parecía fascinante. Pero me preguntaba si sería realmente feliz. Dudaba de que el objetivo que me había propuesto pudiera realmente satisfacerme. Tenía que preguntarme: «¿Es esto todo lo que hay? ¿No hay algo más?». 

Yo no podía imaginar cómo sería ese «más» y sabía que no tenía todas las respuestas. Me ponía nerviosa compartir esta parte de mi camino con otras personas y temía que no entendieran mis dudas. Al final, recurrí a mi docente, a asesores académicos y a la oración. Incluso le pregunté a un pastor del recinto universitario, que había sido ingeniero, cómo había hecho un cambio de carrera tan drástico. Fue afortunado que yo dudara de mi camino, porque las preguntas que necesitaba hacerme sobre mi futuro también me ayudaron a conocerme mejor y a discernir mi llamada a la vida religiosa. Sin embargo, mucha gente habla de la duda como si fuera algo malo y, para muchos, conlleva una connotación negativa. 

Llamar a una persona «Tomás el incrédulo» es, en el mejor de los casos, una ocurrencia sarcástica y, en el peor, un insulto burlón. Implica una vergonzosa falta de fe, ansiedad o amarga animadversión. Por eso es difícil valorar la duda, sobre todo en un mundo que exalta la certeza descarada y con demasiada frecuencia divide a la gente en bandos ideológicos. Avergonzarse de dudar nos bloquea, nos impide crecer. Sin la libertad interior de abrazar nuestras dudas, perdemos un camino más allá de nuestra visión limitada. Si eliminamos el juicio moral que suele acompañar a la duda, nos quedamos simplemente con la incertidumbre. La duda es, pues, la libertad de saber que no sabemos y de asomarnos a lo desconocido. 

El teólogo Bernard Lonergan, SJ, escribió sobre la importancia de lo desconocido. Explicó que cuestionar lo que creemos saber, e incluso lo que sabíamos que existía, nos hace avanzar. Lonergan describió la exploración de nuestras dudas y limitaciones como la búsqueda de nuevos horizontes hacia el interior de cada persona, ampliando así nuestro campo de visión. Dudar puede abrir nuestro corazón y nuestra mente a nuevas preguntas e ideas, a horizontes en los que nunca antes habíamos reparado. Por tanto, plantearse la duda puede iniciar un proceso de transformación y conversión, pero todo empieza por admitir que no sabemos. 

Responder a la llamada de Dios a un nuevo horizonte requiere que nos comprometamos en la oración para dudar de una manera que desafíe lo que incluso sabíamos que era posible. La duda crea la oportunidad de reconsiderar lo que creíamos cierto, lo que creíamos seguro. Dudar puede ser entonces un momento sagrado, un momento que nos permite entrar en el misterio de Dios, de nuestro interior y de una nueva llamada. Jesús pidió con frecuencia a la gente que se adentrara en ese misterio y diera la vuelta a la sabiduría convencional. Nos dio varias parábolas que nos pedían dudar de lo que parecía obvio. ¿Qué pastor en su sano juicio dejaría noventa y nueve ovejas perfectamente buenas en el desierto para encontrar a una obstinada? ¿Qué mujer encendería todas sus costosas velas para encontrar una pequeña moneda? ¿Quién podría siquiera imaginar que la muerte, especialmente la muerte en una cruz, podría conducir a una nueva vida? 

Durante este tiempo de Cuaresma, tiempo de renovación y compromiso, afronten sus dudas. Pregúntense si hay una nueva verdad que Dios les está ofreciendo a pesar de lo que antes creían certero. Les invito a aprovechar estos 40 días para imaginar qué nueva vida les ofrece Dios más allá del próximo horizonte.