donar
historias

Cuarta estación: Jesús encuentra a María, su madre, a Verónica y las mujeres de Jerusalén que sollozan

idiomas
compartir
Share this on Facebook Share this on Twitter Print

Por la Hermana Honora Nicholson

Recientemente, alguien escribió en un blog, «Es difícil sufrir con los demás». La escritora se refirió a la naturaleza desafiante de acompañar a migrantes mientras navegan las aguas insidiosas del sistema de asilo. Habló sobre su función de brindar una presencia empática al migrante, quien a menudo se siente desilusionado, impotente, triste y temeroso. Es una función, dijo, que no intenta aliviar el dolor o resolver el problema, sino más bien «estar con», sobrellevar el dolor con la persona.

Este intercambio captó mi atención al pensar sobre lo que escribiría del encuentro de Jesús con su madre y las otras mujeres en su camino al Calvario. Cuando me pidieron que escribiera sobre este tema, sin duda resultó tentador centrarme en el hecho de que fueron las mujeres las que permanecieron con Jesús en su último suplicio. Sentí la tentación de hacer una comparación con muchas mujeres extraordinarias que he llegado a conocer por medio de mi trabajo con RENEW International, mujeres que, a pesar de las enormes dificultades y con poca o sin remuneración, continúan sirviendo al Cuerpo de Cristo sufriente en sus esfuerzos perseverantes por construir la comunidad y mantener a la Iglesia unida en parroquias sin sacerdotes alrededor del país. Sin embargo, el blog sobre el acompañamiento empático de migrantes me llevó a un camino diferente. Me hizo recordar a un joven que conocí y que se encontró con su propia madre mientras iba por el camino de su Calvario.

Cuando conocí a Dan, él tenía unos 30 años y había sido diagnosticado recientemente con SIDA. Era un joven atractivo, exitoso en Wall Street, muy querido por las personas que conocía, y participaba activamente en la parroquia de su comunidad a pesar de la enseñanza oficial de la Iglesia sobre ser homosexual. Sin embargo, Dan estaba profundamente perturbado por el hecho de que su madre desconocía que él se estaba muriendo de SIDA, y porque nunca había podido decirle que era homosexual. Se sentía impotente de revelarle quien él era realmente por temor a herirla, avergonzarla y decepcionarla.

Tuve el honor de acompañar a Dan a un retiro donde él imploró por la gracia de revelarle su orientación sexual y su enfermedad terminal a su madre antes de que fuera demasiado tarde. Durante el retiro, mientras contemplaba su sufrimiento y el sufrimiento que anticipaba imponer a su madre, Dan sintió un fuerte deseo de rezar las Estaciones de la Cruz. Después de conversar prolongadamente sobre esto en nuestra sesión, Dan se sintió seguro y entusiasmado de que «encontraría una respuesta» en las Estaciones.

En nuestra sesión del día siguiente, Dan conversó de todo EXCEPTO sobre las Estaciones de la Cruz. Después que compartiera varias de sus experiencias de oración, le pregunté si había recordado orar con las Estaciones. «Oh, sí» respondió «¡pero fue una desilusión!» «¿Fue una desilusión?» le pregunté. «Cuéntame más». «Bueno», respondió Dan, «todo empezó bien. Me sentí profundamente conmovido y pude entrar en las tres primeras estaciones, pero alrededor de la cuarta estación todo se arruinó y perdí el interés. Seguí, pero ya no estaba interesado». «Muy curioso». Formulé. «¿Recuerdas cuál es la cuarta estación?» Después de pensarlo un poco, Dan contestó que no lo sabía y entonces le conté que era donde Jesús se encontraba con su madre.

Después de un período de silencio confuso, Dan lloró y juntos analizamos cuidadosamente que era lo que le impedía ingresar en esa estación. Posteriormente, él pudo identificar los sentimientos terribles de tristeza y vergüenza de sentirse como una decepción para su madre, de no querer ocasionarle sufrimiento ni vergüenza. Pudo nombrar el temor de ser rechazado por quien era y de la vulnerabilidad y la exposición que acarrea. Dan dedicó la mayor parte restante del retiro en la cuarta estación permitiendo que Jesús y María lo acompañaran en su dolor, mirándolo con amor incondicional, y apoyándolo y fortaleciéndolo en lo que resultaría ser un encuentro mutuamente curativo con su madre.

Sí, es difícil sufrir con los demás, pero quizás es aún más difícil permitir que otros sufran con nosotras. Quizás durante esta temporada sagrada, al detenernos en la cuarta estación, podamos preguntarnos:

  • ¿Cómo se me invita a recibir y abrazar la vulnerabilidad de otra persona?
  • ¿Qué podría impedirme hacerlo?
  • ¿Cómo se me pide que reciba/acepte mi propia vulnerabilidad
  • ¿Cómo recibo la empatía o compasión de otra persona?