“Felices quienes construyen la paz, porque les llamarán hijas e hijos de Dios”
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Para Cuaresma este año hemos pedido a ocho hermanas y asociadas/asociados que reflexionen en las Bienaventuranzas y el modo en que podemos incorporar cada una en nuestro caminar personal de Cuaresma. Habrá más reflexiones publicadas el Miércoles de Ceniza, Domingo de Ramos, Jueves Santo y Pascua.
Por Mavila Mercedes Esteves Arévalo, asociada de la Misericordia
Con esta bienaventuranza, Jesús nos invita a ser constructores/as de paz para poder ser llamadas/os hijas e hijos de Dios. Pero, ¿qué es la paz? Es una virtud que sosiega y una correspondencia de unas personas con otras, que se construye y fomenta desde cada ser. Por ello esta bienaventuranza nos llama a trabajar por el cambio de nuestro estilo de vida y relación con todo el universo, con la pareja, con la familia, con las/os líderes de nuestras comunidades, con nuestros pares, con nuestra madre, padre, con la creación en general y también, con nosotras mismas.
Esta invitación al cambio es con el firme propósito de tener entre los seres humanos una convivencia armoniosa, respetuosa, justa y solidaria. Nos llama también a restaurar las relaciones perdidas o deterioradas, a retomar nuestros antiguos lazos para sanarlos y sanarnos, sembrando esperanza y reconociendo la corresponsabilidad de construir este mundo de paz y misericordia por el que tanto ansiamos.
Jesús nos llama a sembrar paz, pide aptitudes interiores, porque la raíz del mal está en las personas; es por ello que, cada quien debe trabajar formándose como seres sosegados, fraternos, justos para hacer el cambio y solo así seremos reconocidas/os como hijas e hijos de Dios.
Él nos invita a ser constructores de la paz en nuestra vida cotidiana, en lo simple, en lo sencillo atendiendo y comprometiéndonos a trabajar por la sostenibilidad de planeta que es nuestra casa grande para cuidarla y atenderla; a disminuir la violencia contra todo ser humano de cualquier edad, sea hombre, mujer, niña o niño y en cualquiera de sus formas de expresión erradicándola, siendo ejemplos de vida. Él nos insta al desmantelamiento del racismo abusivo y controlador que crea barreras entre los seres humanos. Él nos motiva a desarrollar comportamientos respetuosos y de reconocimiento del otro. Él nos reta a aportar e invertir esfuerzos en el empoderamiento de las mujeres y las niñas para alcanzar una vida digna y que seamos realmente ciudadanas del mundo. Él nos estimula también a mejorar la situación de las/os migrantes siendo empáticos, sintiéndonos hermanos y hermanas, hijas e hijos de un mismo Dios padre y madre.
Él nos llama a construir la paz desde donde estemos, desde lo que podamos, participando en nuestra familia, en las diversas comunidades de las que somos parte, siendo esas personas que promueven y aportar a construir un mundo mejor más justo y misericordioso donde se respeten los derechos de todas las personas.
Siguiendo las enseñanzas de Catalina McAuley, nuestro caminar como constructoras de la paz no debemos tomarlo como un sacrificio, como sufrimiento; sino como un sublime compromiso con las/os empobrecidas/os del mundo, ya que así estamos sirviendo a Jesús mismo. Seremos mejores constructoras de la paz si en esta época somos más empáticas, solidarias, amorosas, humildes y cordiales, y si somos fuente de esperanza, calidez, sabiduría y amables, con una tierna piedad y compasión con los empobrecidas/os. Si reflejamos todo esto y lo expresamos en nuestra conducta, somos ejemplo vivo como Catalina lo fue.