Por la Hermana Renee Yann
«La gente extendía sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando. Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de sus discípulos comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegría, por todos los milagros que habían visto. Decían: “¡Bendito el que viene, el Rey en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo más alto de los cielos!”».
—Lc 19,36-38
El Domingo de Ramos es una fiesta de dos caras.
Jesús cabalga triunfante hacia Jerusalén, pero su profundo corazón se da cuenta que al final el camino lo lleva a su muerte. Jesús, quien se llamó a sí mismo la Vid, sabe que las brillantes ramas verdes agitadas en adulación pronto serán pisoteadas.
En estos días finales de Cuaresma, nos enfrentamos con la pregunta: «¿Qué hace que la esperanza verde se desmorone en nuestro interior y cómo reverdecerá nuevamente?».
Hace muchos años, estaba sentada en una funeraria de mármol y flores con un afligido padre. «Hay peores cosas que la muerte», dijo. Después de varios años de ausencia, su hijo drogadicto fue hallado muerto en un callejón, debajo de la caja de cartón donde vivía. «Al menos ahora ya sé dónde está. Finalmente, todos podemos estar en paz».
Para Jack, su hijo estaba perdido. Dominado por la heroína, la gran esperanza de su joven vida degeneró en un profundo sufrimiento. El vigor de sus primeros sueños se había marchitado, como zarcillos rotos de lo que alguna vez fue una vid esperanzadora. Fue, en todos los sentidos, una tragedia humana.
Jesús entendió ese marchitarse. Él rezó por sus discípulos para que no lo sufrieran. Sabía lo que afrontarían la semana siguiente después del día de palmas. Él sabe lo que vamos a afrontar cuando tratamos de discernir el camino honesto hacia la alegría, la paz y la realización.
Los incentivos del mal son engañosos. La codicia viene vestida como un derecho. La lujuria se enmascara como una pasión, la adicción como un placer. Nos entrelazan y ahogan en un falso abrazo que susurra: «Esto es para ti». Alimentados por el temor de que nunca basta o no tenemos suficiente, recurrimos a estos mismos catalizadores que nos destruirán. Incluso la voz del amor lucha por alcanzar a alguien encerrado en este ciclo de ensimismamiento. Como cada rama estéril, se marchitan y se separan de todo lo que podría darles vida.
Jesús reconoce que la elección por la vida no siempre es fácil. Les dice a sus discípulos que, efectivamente, serán podados. Ninguna vida escapa a las incisiones de la dura experiencia. Al igual que sus seguidores, también enfrentaremos la pérdida, el dolor, la frustración y el menoscabo. Pero si nuestros corazones se han alimentado de su palabra, nos aferraremos a la gracia y prosperaremos.
Gran parte de la multitud del Domingo de Ramos cambió para el viernes, convirtiéndose en una chusma de acusadores. No pudieron seguir a Jesús por el Calvario hasta su Resurrección.
Pero no hay vida verdadera aparte de Dios. No hay camino a la perfección y gozo sino a través de la voluntad de Dios. La Pasión y la Muerte de Jesús ya se han enraizado en este suelo bendito. Que podamos aferrarnos, por la gracia, a esa Vid atesorada.