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Asunto Crítico de inmigración 

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Por Hermana Pat Murphy y Hermana JoAnn Persch 

El tercer miércoles de cada mes, las líneas telefónicas y las pantallas de los ordenadores se encienden desde California hasta Maine y desde Detroit hasta la Frontera Sur. Durante muchos años, el Grupo de Abogacía de Inmigración (GAI) se ha reunido este día para compartir su labor y el reto de nuestra respuesta a nuestro asunto crítico de la inmigración. Las mujeres de la Misericordia y nuestras/os colaboradores en el ministerio comparten la amplia respuesta a este desafío y cómo la Misericordia está caminando, en ministerios a través de los Estados Unidos, con los dos pies del amor en acción: la justicia y la caridad. 

Las acciones del grupo incluyen el servicio directo en la frontera, así como en todo el país. Todo este servicio se lleva a cabo porque creemos que cada hombre y mujer es hijo e hija de Dios y, por tanto, nuestra hermana o hermano. Cada persona merece ser tratada con dignidad y respeto. Los Ministerios incluyen alojamiento, servicios médicos, asistencia jurídica, visitas a centros de detención, acompañamiento a los tribunales, educación y mucho más. Cada participante en el GAI acompaña a las personas inmigrantes utilizando sus propios dones y talentos. 

El otro pie, la justicia, es muy importante. Sabemos que las vidas de nuestros hermanos y nuestras hermanas inmigrantes no serán más seguras, y que no se les tratará con dignidad y respeto, hasta que no se cambie nuestro maltrecho sistema. Por eso es importante trabajar también por leyes y programas de inmigración compasivos. Para que esto ocurra, nuestras voces deben ser escuchadas, especialmente las de quienes ven tocadas sus propias vidas por nuestros hermanos y hermanas inmigrantes. Hay que contar historias. Por eso el grupo GAI también trabaja por el cambio sistémico utilizando nuestras voces de Misericordia para hablar por aquellas personas inmigrantes cuyas voces no pueden ser escuchadas. 

La inmigración es uno de los grandes retos de nuestro tiempo. Esto no era así en Dublín en tiempos de nuestra Madre Catalina McAuley. Y, sin embargo, ella es siempre el modelo y la fuerza para las cuestiones que abordamos hoy. Catalina siempre leyó los signos de los tiempos y respondió con los dos pies del amor en la acción. Ofreció una atención tierna y amorosa a las personas empobrecidas, enfermas y sin educación. Sabemos que también denunció las injusticias que provocaban la necesidad de atención; trabajó para cambiar el sistema.   

Aunque la inmigración no era un problema en Dublín, es asombroso pensar que muchas de nuestras primeras hermanas se convirtieron ellas mismas en inmigrantes al dejar la seguridad de su país de origen para cultivar la Misericordia. Ya en 1839, seis hermanas, encabezadas por Catalina, emigraron a Londres. En años posteriores, otras emigraron a Birmingham, Terranova, y luego Frances Warde llevó a seis hermanas a Pittsburgh. Todas conocemos las historias de cómo continuó el movimiento. Seguramente, estas hermanas experimentaron algunas de las mismas penas y dificultades que sufren hoy nuestros inmigrantes. Su presencia fue un regalo para las personas inmigrantes a las que atendían y que también habían abandonado sus hogares. La presencia de las Hermanas fue el mayor regalo. Por supuesto, atendieron las necesidades de los inmigrantes a los que servían y asumieron grandes riesgos para ayudar a construir las nuevas comunidades. 

El ministerio con inmigrantes no es fácil. Ser una presencia amorosa, trabajar para ayudar a las familias a ser independientes, ayudarles a abrirse camino a través de nuestro sistema roto, escuchar sus historias y su dolor, todo esto es difícil de presenciar. Pero quienes nos dedicamos al servicio directo no cambiaríamos por nada nuestro don de trabajar con inmigrantes. Nuestras vidas se enriquecen tanto cuando les acompañamos.   

Cada hermana, asociada/o y compañera ha tendido la mano de alguna manera para seguir nuestro asunto crítico de solidarizarse con nuestras hermanas y hermanos inmigrantes. Esto nos recuerda una historia que vimos recientemente en una tarjeta. Se titulaba «El Chal de la Misericordia». La historia contaba que Catalina llevó a un recién nacido a Baggot Street después de que la madre muriera en el parto, para que el niño pudiera dormir en la habitación de Catalina. Llevaba al bebé en su propio chal negro de la Misericordia. La historia iba seguida de esta cita: «Compartir el propio chal es tender la mano, codo con codo, y abrazar los hombros, la vida y las necesidades de otra persona». Esta historia y cita se atribuyen a nuestra querida Hermana Mary Sullivan. Gracias a cada una y a cada uno de ustedes por la manera en que comparten el chal de la Misericordia con nuestros hermanos y hermanas inmigrantes. 

¡Feliz Día de la Misericordia!