Por Hermana Cora Marie Billings
Como bisnieta de una esclava propiedad de sacerdotes jesuitas y como Hermana Negra de la Misericordia que abolió la segregación racial en mi orden religiosa, estoy eternamente agradecida a mi amiga, Hermana Thea Bowman.
Hoy estoy donde estoy gracias a Hermana Thea, FSPA, que pronto será conocida como «Santa Thea». Su valiente y amorosa resistencia al racismo en la Iglesia y en la sociedad es bien conocida. Lo que quizá no sepan es que también inspiró a las religiosas afroamericanas, como yo, a seguir luchando por la justicia y proclamando nuestra alegría por ser hermosas hijas negras de Dios. Lo hizo por mí siendo mi amiga y confidente. Hermana Thea fue muy especial para mí, y es un honor y una lección de humildad compartir mis recuerdos sobre ella durante el Mes de la Historia Negra.
Nos conocimos en 1968, en la primera Conferencia Nacional de Hermanas Negras (NBSC son sus siglas en inglés), que cofundamos junto con otras hermanas católicas.
Con sólo dos años de diferencia – Hermana Thea era mayor que yo y, por tanto, mi predecesora en nuestra tradición africana –, teníamos muchas cosas en común. Nuestros abuelos o bisabuelos fueron esclavos. Éramos hijas únicas de padres que nos adoraban y crecimos en las zonas pobres de nuestras comunidades – Hermana Thea en Canton, Misisipi, y yo en un barrio que solía llamarse «el fondo» de Filadelfia. Ambas fuimos las primeras mujeres negras en entrar en comunidades religiosas exclusivamente blancas – Hermana Thea ingresó con las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua en 1953 y yo con las Hermanas de la Misericordia en 1956. A Hermana Thea y a mí nos encantaba la música, predicar y enseñar. Ella era una cantante talentosa y, aunque mi canto está en mi corazón más que en mi garganta, encuentro un gran poder en nuestros ritmos africanos y en la música Gospel. Hermana Thea y yo nos sentíamos atraídas mutuamente.
Cuando nos veíamos todos los veranos en los encuentros de NBSC, nos abrazábamos y hablábamos de todo tipo de cosas, especialmente de cómo «aportar todo nuestro ser» a nuestras vocaciones, nuestros ministerios y los retos a los que nos enfrentábamos. Hermana Thea decía constantemente: «Aporto todo mi ser a todo lo que hago; aporto mi auténtico ser», y sus palabras y su ejemplo me movían a hacer lo mismo.
Siempre estaba riendo, siempre alegre. Eso me impresionó profundamente. A veces la gente la reprendía por ser tan alegre, pero su alegría provenía de lo más profundo de su ser y de su espiritualidad. Era capaz de cantar incluso cuando estaba enferma de cáncer, como hizo durante su discurso de 1989 ante la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, pocos meses antes de su muerte. La canción no era sobre ella, sino sobre lo que Dios estaba haciendo por ella y lo que Dios le inspiraba a hacer por otras personas.
Cuando Hermana Thea falleció de cáncer el 30 de marzo de 1990, sentí que estaba conmigo de una manera profunda. Sentí mucho amor y gratitud por ella. Fue un viernes cuando murió, y me habían invitado a predicar ese fin de semana en las misas de la Universidad James Madison, en Harrisonburg, Virginia. Mientras reflexionaba sobre la lectura del Evangelio del segundo domingo de Cuaresma acerca de Jesús y la resurrección de su amigo Lázaro, me sentí movida por el Espíritu como nunca. No escribí mis reflexiones sobre el Evangelio – nunca lo hago –, pero sé que fue una de las predicaciones más inspiradoras que he hecho sobre el amor de Jesús por Lázaro y por cada persona.
Hermana Thea solía decir: «Viviré hasta que me muera». Esas palabras han permanecido en mi corazón. Aunque se fue a casa con Dios hace casi 33 años, todavía me siento muy cerca de ella. Todavía oigo su canción en mi alma.
Nota de la editora: Pulsen aquí para ver la charla (en inglés) de Hermana Cora Marie sobre Hermana Thea en la Universidad San José de Filadelfia, el 1º de noviembre de 2023. Se le pidió que diera su presentación para conmemorar la construcción de la nueva Residencia Universitaria Hermana Thea Bowman, que abrirá sus puertas en 2025.