Por la Hermana Pat Kenny
Si la narración de la Pascua no nos ha enseñado algo, ha confirmado la realidad ineludible de la alegría y la desolación en nuestras vidas. El júbilo desbordante y el sufrimiento profundo formarán parte de cada vida; no una o dos veces, sino una y mil veces durante la vida de cada persona lo suficientemente madura para comprender la alegría y la desolación. Todos experimentaremos los bordes suaves y disparejos de cada una de ellas.
Cuando veo los Juegos Olímpicos y el deporte de monopatinaje al que llaman half-pipe o medio tubo, siento que la tensión entre el control y el abandono aumenta a la velocidad máxima. Como la alegría y la desolación, van de un lado a otro, sin saber si pueden maniobrar los giros y las vueltas, sin la convicción de que llegarán al otro lado o terminarán de pie.
En un mundo como el nuestro, encuentro una extraña conformidad en la analogía.
Pese a otro tiroteo masivo, sin provocación, una tragedia climática desenfrenada o una amargura personal, mi indignación y mi infortunio se aproximan lentamente a la cruel realidad: esto es una parte esencial del caminar para todos. No de igual medida, por cierto, pero nadie se libra.
La llegada de Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos ante la adulación fiera de la misma gente que gritaría por su asesinato cinco días después, nos enseña todo lo que debemos saber sobre las fuerzas caprichosas y arbitrarias que manipulan a los seres humanos. Siglos de acontecimientos catastróficos en todo país de la Tierra son correspondidos por entornos idílicos y tranquilos donde alguna vez tuvieron lugar.
Entonces, ¿qué puedo aprender de toda esta contradicción? Puedo pensar como la madre de Forest Gump, «La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar». O puedo asumir el papel de la aventurera, siempre buscando por la siguiente sorpresa o desafío. Quizás quiera verme como la visión de sí misma de Mary Oliver, «la novia casada con el asombro» o «el novio que toma el mundo en mis brazos». Abierta a la sorpresa, sea lo que fuera, y confiada en que la gracia de Dios será suficiente para verme ascender y descender por las pendientes, haciendo lo mejor que pueda para mantener un semblante de equilibrio y lista a dejar que las dificultades de cada día me desafíen a hacer lo correcto, sea conveniente o no.
Si pudiera visualizar la vida en toda su luminosidad y oscuridad y la amara de igual manera, entonces quizás pueda creer que la alegría y la desolación son como diferentes pinturas al óleo de artista: blanco titanio, y azul de cielo despejado o el de alta mar, que un pintor mezcla en su paleta para crear un color sin nombre que, sin embargo, es hermoso. Entonces, tal vez pueda aceptar con gracia y comprensión los lugares que les corresponden de tanta alegría y tanta desolación.