Por la Hermana Colleen O’Toole
Estaba allí en Perú, para el encuentro Misericord-iando de las Hermanas de la Misericordia menores de 50, en noviembre de 2019. Le decía a Hermana Cora Marie Billings sobre mi clase en el jardín de infancia, y de ir a una parroquia católica negra, haciendo que los niños compartieran tradiciones en la escuela, las canciones que cantamos, los dibujos que hicieron de Jesús, los santos negros de los que aprendimos y cómo mi fe y mi visión del mundo se han transformado. Cuando terminé, me miró y dijo: «Tienes que ir al Instituto».
El Instituto al que ella se refería es el Instituto para Estudios Católicos Negros, un programa de maestría de la Universidad Xavier de Louisiana, la única Universidad Católica Históricamente Negra del país, en Nueva Orleans. El Instituto inició en 1980 como extensión del trabajo realizado por el Grupo Nacional del Clero Católico Negro en 1968 y el Simposio Teológico Católico Negro en 1978. Los primeros docentes incluyeron al Padre Cyprian Davis, OSB, a la Hermana Thea Bowman, FSPA, al Padre Bede Abrams, OFM y a la Hermana Jamie Phelps, OP.
Tan pronto como dijo eso, supe que sucedería eventualmente sin importar mis planes para los siguientes años. En el poco tiempo que tengo de vida religiosa, he tenido la bendición de conocer algunas de nuestras sabias hermanas. Son mujeres de profunda comprensión, oración y visión. Hermana Cora Marie es una de ellas. Cuando ella te dice que hagas algo, lo haces. Fui a ella con preguntas y excusas, y ella las seguía desmantelando suave y firmemente. ¿Aceptan gente blanca? ¿Tomaría yo el lugar de alguien más? ¡He estado fuera de la escuela por mucho tiempo! Realmente no quiero estudiar teología; parece algo ajeno a nuestra llamada a servir a los pobres, enfermos y carentes de educación. Salí de la reunión con el sentimiento persistente de que ella podría tener la razón.
Así, en julio de 2020, para mi sorpresa —pero no para Hermana Cora Marie— me inscribí en el Instituto de Estudios Católicos Negros. El Instituto funciona durante tres semanas todos los veranos. Este año, por la pandemia, nos reunimos en línea. Laudes a las 8 a. m., luego clase hasta el mediodía, Misa y almuerzo. Nuestra segunda clase fue de 1:45 a 4:45 p. m. Para una educación completa y holística, nos animaron a asistir a algunas de las actividades extracurriculares. Martes y jueves por la noche, clases de danza africana y percusión, y miércoles por la noche, una reflexión teológica. Entre tanto, leíamos libros, escribíamos artículos y estudiábamos como universitarias/os que acababan de tomar una bebida energética antes de la prueba final del día siguiente.
Me gusta aprender y escribir, y siempre he disfrutado la escuela. Sin embargo, se hizo evidente que mis conocimientos básicos generales eran muy deficientes en esta área. Mis profesores decían algo como: «Todos recuerdan lo que [este escritor/a] escribió en [su famoso libro]», y sería alguien del que nunca había oído y un libro que nunca había leído. Los compañeros de clase citaban a teólogos de movimientos que ni siquiera yo sabía que existían. Mi curva de aprendizaje estaba tan empinada. Tenía una lista cada vez mayor de cosas que buscar en Google entre las clases y mensajes que me enviaban varias/os compañeras/os de clase con explicaciones rápidas durante los cursos.
Fue un curso intensivo, no solo en lo académico, sino en la humildad. Pensé que había estado trabajando muy diligentemente en mi comprensión sobre la raza y el racismo, de ser antirracista y en diversificar los medios que consumía. Aprendí que todavía me queda mucho por hacer, ¡especialmente en mi comprensión de la Teología Negra! Los católicos negros han estado en los Estados Unidos desde antes de su fundación, y algunas de esas tradiciones muy antiguas aún sobreviven. Cantamos una canción espiritual que tendría cientos de años y fue la primera vez que la escuché. Aprendí las historias de los seis católicos negros en los Estados Unidos, que están rumbo a la santidad. ¿Qué otros dones asombrosos me he perdido por no saber sobre el catolicismo negro?
Me hizo reflexionar más sobre mi crianza y lo que aprendí de la raza siendo joven. Crecí en un área de blancos y fui a escuelas católicas que eran en su mayoría, si no completamente, de blancos. Nadie, en mi vida, me dijo explícitamente algo que yo entendiera como racista. Aprendí que Dios quería que amáramos a todas las personas, sin importar diferencias, y mis padres reforzaron eso. Pero la raza fue algo que nos hizo diferentes, y cuando era niña aprendí que no estaba bien ni era educado señalar las diferencias entre las personas, ya fuera su peso, su cabello, su ropa o su raza. Esta idea de ser daltónicos, de que todos somos iguales por dentro, prevalecía mucho y sigue siéndolo hoy.
Un compañero mío, Padre Kareem Smith, señaló esto. Él le dice a la gente: «Cuando somos daltónicos, negamos la belleza de la creación de Dios. Quiero que veas el color. Quiero que veas para quién me creó Dios». Vi en el Instituto, de manera clara y honesta, la belleza y diversidad del pueblo de Dios. ¿Cuánto perdemos al no reconocer la verdadera universalidad de la Iglesia Católica? ¿Y cuánto más ganaríamos saliendo de nuestras zonas de comodidad y escuchando las experiencias de nuestras hermanas y nuestros hermanos negros, indígenas y de otras etnias?
Colocándome en un puesto de humildad, crecí más de lo que jamás hubiera imaginado. El sumergirme en el catolicismo negro expandió mi corazón y me ayudó a reconocer el verdadero carácter global del catolicismo. ¡Después de todo, Etiopía fue una de las primeras regiones en abrazar el mensaje de Jesús! Espero con ansias mis clases del próximo verano y rezo para que, entre los semestres, pueda permanecer abierta para encontrar a Dios en las personas y culturas diferentes a la mía.