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Una educación de la Misericordia académica y empatía

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Por Megan Roell, estudiante de último año a punto de graduarse en la Escuela Secundaria Mercy McAuley en Cincinnati, Ohio

Estudiar en la escuela secundaria Mercy McAuley ha sido emocionante durante estos cuatro años. He tenido innumerables oportunidades de crecer y aprender de formas que nunca esperé, y con mis mejores amigas a mi lado todo el tiempo. He conocido a tantas mujeres maravillosas y he encontrado una multitud de perspectivas hermosas, cada una expandiendo mi mente de varias maneras.

Sin embargo, mi carrera en la secundaria no siempre fue un camino fácil y sencillo. Me enfrenté a retos mientras intentaba encontrar mi identidad en una sociedad caótica que me hacía cuestionarme constantemente a mí misma y a todo lo que me rodeaba. Mas, no estaba indefensa en este mundo que parecía estar en mi contra. Tuve una comunidad de la Misericordia que me fortaleció con su tremendo apoyo y una educación de la Misericordia que me armó con un conjunto extraordinario de habilidades y valores. Con estas herramientas insustituibles, pude afrontar cada obstáculo con un sentido único de compasión y determinación. Ahora, equipada con lo que me han dado mis años en una escuela de la Misericordia, llevaré conmigo esa compasión y determinación cuando busque respuestas en un mundo lleno de preguntas.

En el último año, el mundo se ha vuelto aún más curioso, ya que hemos sido testigos de acontecimientos sin precedentes y de cambios radicales, a la vez que hemos tomado mayor conciencia de los males que han persistido en Estados Unidos durante siglos. La pandemia de COVID-19, los disturbios raciales y las elecciones presidenciales de 2020 son sólo unos pocos elementos de una larga lista de titulares recientes que han causado un revuelo internacional. Mientras los países aprenden de estas crisis que el cambio debe producirse con el esfuerzo de todo un equipo, las escuelas de la Misericordia han trabajado para preparar a sus estudiantes con excelencia y liderazgo a fin de poner en marcha estos cambios. Han trabajado para educar a las mujeres jóvenes para que busquen respuestas y sean la solución a los problemas a los que nos enfrentamos hoy y mañana.

En mi escuela de la Misericordia, se me han dado oportunidades y experiencias que me han convertido en la estudiante audaz, compasiva y entusiasta que soy hoy. Desde la visita a una sala de audiencias hasta la profundización en la comprensión de la naturaleza humana de Shakespeare, mis profesores y compañeras me han empujado a considerar cada pieza de información nueva como una oportunidad de crecimiento. Incluso las experiencias ordinarias en el aula me han enseñado cosas como la empatía, la paciencia y la aceptación, que por sí solas podrían poner fin a muchos de los problemas del mundo. Una educación de la Misericordia no es sólo académica; a quienes reciben una educación de la Misericordia se les enseña a ser personas seguras de sí mismas y con buen carácter, preparadas para todo.

Capacitar a las jóvenes para que aprendan y creen un mundo en el que quieran vivir es un aspecto destacado de la educación de la Misericordia; sin embargo, según mi experiencia, no es la principal faceta de la misma. Enseñar a las jóvenes a construir su vida sobre la roca de la fe es el objetivo principal. Ya sea una reflexión profunda en mi clase de teología o un Ave María rezado por toda la clase antes de un examen de matemáticas, la fe se incorpora a cada día. Al hacer que la oración sea tan relevante y familiar, mis profesores han reforzado la idea de que la fe puede ayudarte a conseguir cualquier cosa. Me inspiran a vivir cada día avanzando y acercándome a Dios dando a conocer el amor de Cristo a todas y cada una. Esto es lo que llevaré conmigo durante toda mi vida: mi amor por Cristo. Mis profesores nos han instruido, no sólo con sus enseñanzas sino con su ejemplo, a irradiar este amor. Cada día veo que mis profesores viven los valores fundamentales de la Misericordia. Se esfuerzan por ayudar a sus estudiantes a alcanzar la excelencia, dirigen sus aulas con dominio en las materias y sirven a sus alumnas con corazones compasivos, ayudándonos a alcanzar todo nuestro potencial.

Estaré siempre agradecida por mi educación en la Misericordia y por el trabajo de las hermanas que han dedicado su vida a las escuelas de la Misericordia. Gracias a estas cosas, me siento segura de que podré conseguir cualquier cosa que me proponga. He encontrado mi identidad, me siento cómoda desviándome de la norma y me apasiona hacer una diferencia. Mi educación en la Misericordia me ha preparado para encontrar respuestas y crear soluciones en nuestra creciente sociedad.