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Una breve reflexión sobre «Todos» de Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos

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Por la Hermana Susan Severin

Mis fiestas favoritas del año litúrgico son las fiestas gemelas de Todos los Santos y Todos las Fieles Difuntos, que en realidad parecen una fiesta de dos días. Creo que eso se explica por la primera palabra de ambas: «Todos». Todos estamos allí, los vivos, todos los que nos han precedido y todos los que vendrán después, descritos de diversas maneras como «una gran multitud», «una nube de testigos» y «toda raza, nación, pueblo y lengua».

¡Qué reconfortante es esto! Toda mi familia, amigos y amigas, todas nuestras hermanas. Catalina McAuley ciertamente esperaba con ansias la celebración cuando dijo: «¿Nos encontraremos todas en el Cielo? ¡Qué alegría solo pensar en ello!». 

¿Hay una distinción entre «santos» y «fieles difuntos»? Hay si consideramos en el primer grupo sólo los canonizados. Pero pienso en todos nosotros como la Comunión de los Santos, todos uniéndonos con una sola voz. Al experimentar tanto dolor en este momento, cuanto más divididos, aislados y exclusivos somos, más estrecha es nuestra visión y apertura. «Nosotros» ya no incluye «todos» y nos separa de «ellos».   

No creo que tengamos que esperar hasta que lleguemos al Cielo para experimentar lo que estas fiestas celebran.  Una traducción anterior en la liturgia proclamó: «La vida es cambiada, no quitada». La gente vive no sólo en nuestros recuerdos, sino también en nuestra presencia. ¿No es la oración una comunicación, no sólo con Dios, sino con los santos y fieles difuntos?    

Estas fiestas nos invitan a hacer más de lo que recordamos. Nos invitan a ver y unirnos a esa gran multitud, esa nube de testigos aquí y ahora. Nos dan un vistazo de lo que podríamos querer decir con «Todos».

Todos ustedes, santos de Dios, rueguen por nosotros y con nosotros ahora.