Por Hermana Edia Lopez
¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? … ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá” – Papa Francisco, Laudato Si’, mayo del 2015.
A raíz de lo sucedido en la región Centroamericana en 2020, tras el paso de dos poderosos huracanes, ETA y IOTA, las Hermanas de la Misericordia en Panamá se movilizaron para apoyar a las víctimas del desastre y ayudarles a aliviar sus necesidades más inmediatas. La ayuda llegó rápidamente a las zonas afectadas, y en sólo dos años la región se ha recuperado de la devastación.
Sin embargo, tras la experiencia de la catástrofe y las inundaciones causadas por las tormentas, nos preguntamos qué esperanza había para la Madre Tierra. Una vez concluidas las labores de socorro, nos dimos cuenta de que la ayuda de emergencia en la fase inmediatamente posterior a una crisis no era suficiente. Necesitábamos hacer más para marcar la diferencia en beneficio de las futuras generaciones que vivirán en esta parte del mundo y se enfrentarían al reto del cambio climático.
Es así que nace el proyecto Tierra, Vida y Esperanza, como un sueño de restaurar la Madre Tierra y las comunidades afectadas en dos zonas grandes del norte de Panamá: Tierras Altas en la provincia de Chiriquí y en la Comarca autóctona Ngabe-Bukle. El proyecto, que está subsidiado por el Fondo de la Misericordia para el Ministerio, busca despertar en las comunidades el deseo de cuidar a la Madre Tierra con prácticas amigables ecológicas de producción y buscando asociar a la población joven en el compromiso social ambiental para el cuidado de la Creación.
Las actividades en tres centros educativos con unos 3.000 estudiantes se centran en la conservación y custodia del suelo mediante huertos escolares, la mejora de las prácticas ancestrales de los pueblos originarios y el fomento de una economía circular, al tiempo que se refuerzan las técnicas agrícolas ecológicas amigables en las comunidades más amplias.
Los huertos escolares sirven como inspiración para infantes y jóvenes de las comunidades impactadas. Las y los estudiantes cultivan una variedad de verduras y hierbas de rubros nativos como yuca, otoe, plátano, guineo, coco, y árboles frutales, ornamentales y del sistema agroforestal propio del área, así como flores que favorecen la polinización. Aprenden así sobre los beneficios de cultivar en sus casas sus propias verduras e intercambian semillas, y cómo hacer su propia composta o abono orgánico para hacer crecer sanas sus plantas comestibles. Esto mejora su alimentación y promueve una mejora en su salud.
Las alianzas con instituciones gubernamentales y privadas como la Universidad Oteima, han ayudado a educar a las familias para que desarrollen sus huertos con técnicas productivas innovadoras.
Apoyamos también en el proceso de asociación comunitaria de jóvenes universitarios de la facultad de Ciencias agropecuarias de la Universidad Nacional de Panamá, para actuar como sociedad civil organizada para la protección del medio ambiente y generar y difundir informaciones sobre las causas que afectan el ecosistema.
«Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Madre Tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba». – San Francisco de Asís, Cántico del Hermano Sol y la Hermana Luna