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La vida de Santa Kateri, un ejemplo de resiliencia y fe

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Por Hermana Carol A. LeTourneau 

Santa Kateri Tekakwitha fue una de las primeras mujeres americanas de los pueblos originarios que fue canonizada. En la fe católica, veneramos a quienes son santos y santas como modelos del seguimiento de Cristo. A Santa Kateri la vemos como inspiración para centrar nuestras vidas en Dios. 

Aunque hay algunos pueblos originarios que sienten una gran devoción por Kateri, no todas las personas comparten el mismo sentimiento. Cada grupo étnico en los Estados Unidos y Canadá tiene su propia experiencia y perspectiva sobre la colonización y la Iglesia. Es importante que nosotras, como Hermanas de la Misericordia, seamos lo más respetuosas y solidarias con sus culturas y experiencias. 

La corta vida de Santa Kateri en este mundo ofrece una historia de resiliencia y fe. 

Fue una niña iroquesa nacida en Ossernenon (Auriesville, Nueva York) en 1656 de madre Algonquina y de un jefe Mohawk. Aunque se sabe poco de los primeros años de Kateri, sufrió con su pueblo las penurias de la guerra, el hambre y las invasiones, sobre todo de los colonizadores que traían una religión extranjera. 

A los cuatro años, una epidemia de viruela la dejó huérfana, con la cara desfigurada, problemas de visión y mala salud. Su tío, un poderoso jefe de la aldea, la recibió en su casa. Cuando ella se trasladaba de un lugar a otro, utilizaba las manos para evitar chocar con los objetos; de ahí que recibiera el nombre de «Tekakwitha» (De-gah-GWEE-tah), que significa: «Mueve algo delante de ella». 

El pueblo de Tekakwitha se trasladó a otra zona llamada Caughnawaga (Fonda, Nueva York), donde se encontró con misioneros jesuitas y se convirtió al cristianismo. Quedó cautivada por las prácticas cristianas y sintió una llamada interior a la oración. Fiel a esta llamada, desarrolló un profundo amor por «Iesos Christos» (Jesucristo). Tekakwitha asistía a misa, empezó a rezar el rosario y pasaba más tiempo rezando en la pequeña capilla de la misión. 

Un misionero observó que esta joven poseía una sencillez y una sed de Dios poco comunes. Tekakwitha se educó en la fe y fue bautizada en la Pascua del 5 de abril de 1676, cuando tenía 20 años, tomando el nombre de Catalina (en mohawk, Kateri «Gah-deh-LEE»). 

Seis meses después de su bautismo, su estilo de vida cristiana y su negativa a casarse provocaron muchos insultos, reproches y malestar en el pueblo. Este comportamiento enfureció a su tío y la vida de Kateri se vio amenazada. Con la ayuda de dos jesuitas, huyó en canoa a un pueblo cristiano de paz y oración situado al sur de Montreal (Canadá). 

Kateri supo abrazar su llamada a vivir una vida sólo para Dios y al servicio de las demás personas. Pasaba la mayor parte del día rezando y atendiendo a la gente que padecía enfermedades y practicaba penitencias como acción de gracias por el don de la salvación que le había concedido el Señor. Por encima de todo, trataba de cumplir la voluntad de Dios en todas las cosas. 

El 17 de abril de 1680, la enfermedad llevó a Kateri a su última jornada cuando sólo tenía 24 años. En su lecho de muerte, las últimas palabras pronunciadas por esta valiente mujer iroquesa fueron «Iesos, Wari» (Jesús, María). Poco después de su muerte, se observó que el rostro desfigurado de Kateri se volvió radiantemente claro, y se restauró su belleza. 

La historia de su vida se hizo mundialmente conocida cuando la canonizaron en Roma el 21 de octubre de 2012. Sus restos se veneran en la Iglesia de San Francisco Javier de Kahnawake (Canadá).