Por Hermana Margretta Dwyer
El racismo tiene numerosas capas. Persiste en nosotras a pesar de nuestras buenas intenciones. ¿Qué precisamos ver que no hemos percibido? ¿Cuáles son las posibles maneras de perpetuar el racismo, las capas que no entrarían en nuestra mente mientras nos esforzamos por comprender por qué pensamos de tal manera? Me he estado haciendo estas preguntas por mucho tiempo. Demasiado a menudo, no pensamos con profundidad las causas que apoyamos.
El tal cliché «No veo el color, soy ciega a ello» es una ofensa, ya que a menudo significa que no estoy viendo a la persona frente a mí. Sutilmente, es un insulto. Otro cliché común es, «Muchas de mis amistades son personas de color», un modo sutil de declarar, «No soy racista». Aún el racismo puede manifestarse en mis actitudes, si no particularmente en mis opiniones.
Los libros de historia de Estados Unidos son menos precisos cuando abordan los asuntos raciales. Lo que se presenta como un hecho descarta fácilmente temas importantes y favorece a la persona blanca, incluso proyectando a veces una representación falsa.
Por ejemplo, cuando los nativos americanos lucharon para retener sus tierras y tener los contratos federales cumplidos, ellos lo llamaron una batalla; simultáneamente, las personas blancas lo denominan una masacre. Cual fuera la imagen que tenemos en nuestra mente depende de la palabra que usamos y pueda ser que nos estemos apoyando en una forma sutil de racismo.
El reciente libro, The Pioneers: The Heroic Story of the Settlers Who Brought the American Ideal West (Los pioneros: La historia heroica de los colonos que trajeron el ideal americano al occidente), por David McCullough (2019), es un ejemplo. Describe a los nativos americanos como más salvajes que humanos, buscando matar a todos los pioneros, cuando lo único que querían era rescatar sus tierras, que les habían sido despojadas por los colonos. ¿Cómo podemos seguir siendo influenciados por estos acontecimientos en la actualidad?
Después de la guerra entre Estados Unidos y Dakota en 1862, treintaiocho hombres de Dakota fueron ahorcados como represalia en Minnesota, aprobada por el presidente Abraham Lincoln. En 2017, una recreación «artística» del andamio utilizado se exhibió en el Centro de Arte Walker en Minneapolis, Minnesota. Asimismo, esta macabra exhibición fue instalada en lo que antes había sido tierra de Dakota. Estos hechos mantienen el racismo de manera no tan sutil. Los nativos americanos protestaron y tuvieron que desmontar la «exhibición».
La doctrina del Destino Manifiesto tiene como creencia que el hombre blanco es divinamente consagrado para colonizar las tierras indígenas y luego convertirlas en tierras civilizadas. Debido a que el hombre blanco provenía de Europa, éste se consideraba superior a los nativos americanos. La Ley de Traslado Forzoso de los Nativos fue firmada en mayo de 1830 y trascendió con el «Camino de lágrimas», un proceso de evacuación. Se pensó que los nativos americanos y mexicanos impedían el progreso del hombre blanco, por lo que fueron desalojados de sus tierras. Los vestigios de estos dos acontecimientos pueden influenciar sutilmente nuestro modo de pensar actual. No hay nada que se pueda hacer en la actualidad para cambiar la realidad de estos acontecimientos pasados, pero podemos analizar nuestra manera de pensar al respecto.
En la práctica de la religión los ejemplos abundan. Uno de ellos es la labor misionera. A menudo los cuadros representan a la persona blanca sirviendo a una persona de color. Con mayor frecuencia, la persona blanca es más alta o está de pie con cierto aire de superioridad sobre la persona de color. Esto influye sutilmente en nuestro modo de pensar con respecto a las sociedades a las que sirven los misioneros. Las imágenes publicadas para promocionar la vida religiosa en el pasado han hecho lo mismo.
Hoy cuando ingresamos a una iglesia, nos puede sorprender ver las estatuas y obras de arte en su mayoría de personas blancas que se exhiben ante nosotras, aunque las personas de la vida real que representan no eran blancas. Imaginen a una persona blanca ingresando a una iglesia llena de estatuas de personas de color. ¿Qué emociones pueden surgir? En la mayoría de las Iglesias existe una forma de racismo sistematizado. Los cuadros de arte y las estatuas deberían reflejar realmente a los que representan. No un Jesús de cabello claro y ojos azules.
Los actos individuales influyen en el sistema mayor, pero centrarnos en los actos individuales nos puede hacer olvidar el sistema mayor, como Robin DiAngelo ha escrito eficazmente en White Fragility: Why It’s So Hard for White People to Talk about Racism (La fragilidad de los blancos: Por qué es tan difícil para las personas blancas hablar del racismo), una obra pujante que debe ser leída por todos. La supremacía blanca está profundamente cimentada en nuestra historia, incrustada desde la época de los padres fundadores de la patria. A la mayor parte de nosotras nos enseñaron una historia de errores. Es difícil corregirla, pero no es imposible. Colectivamente, las personas pueden mejorar el sistema en el que vivimos.
Un agradecimiento especial a la Hermana Susan Severin que revisó este artículo.