Por la Hermana Michele Schroeck
Cuando pienso en Kateri Tekakwitha, la primera santa indígena del territorio de Estados Unidos y Canadá y patrona de la ecología, vienen a mi mente los inmigrantes butaneses que viven en mi barrio. Expulsados de su tierra natal y enviados a Nepal, donde vivieron en campos de refugiados en la década de 1990 antes de llegar a Estados Unidos, se vieron obligados a abandonar su hogar ancestral como muchos otros pueblos originarios.
A finales de los años 80, las élites butanesas dictaminaron que la creciente población étnica nepalí de los lotshampas representaba una amenaza demográfica y cultural. Así, el gobierno promulgó leyes discriminatorias contra este grupo, despojándolos de su ciudadanía y allanando el camino para su expulsión. Aunque se vieron obligados a abandonar su patria, ellos aun reivindican su herencia butanesa y muchos siguen viviendo en campos de refugiados en Nepal.
Para muchos pueblos autóctonos, la tierra es fundamental. Fueron agricultores y continúan con la tradición de cultivar sus propios alimentos. En Erie, Pensilvania, el programa comunitario de la Casa de la Misericordia, provee un huerto con 28 bancales elevados donde muchos butaneses/nepalíes cultivan sus alimentos y hierbas tradicionales.
Me sorprende su ingenio. Utilizan las ramas de los árboles para sostener las plantas; guardan las semillas del año anterior; utilizan el abono que les proporciona la ciudad; diseñan un huerto alrededor de sus viviendas y utilizan todo el espacio disponible para cultivar. A menudo les veo secar hierbas al sol y algunas tardes observo a las familias sentadas en la entrada de sus casas clasificando y preparando las hojas para cocinar. Una madre de familia me explicó cómo el cultivo de sus propios alimentos les ahorra dinero y preserva su patrimonio y comida tradicional.
Estoy muy orgullosa de la familia Gautam y de todas las familias inmigrantes de la zona de la Casa de la Misericordia. Chuda, el padre, trabajaba en una empresa de reciclaje hasta que se lesionó gravemente en un accidente laboral. Ayudé a Thagi, su mujer, a obtener la licencia de conducir y a practicar inglés. Viven con sus padres ancianos y sus cuatro hijos. Saradha, la mayor, estaba en segundo grado cuando llegó al país. A través de las actividades de la Casa de la Misericordia, ella y sus hermanos mantuvieron su trabajo escolar al día. También entró en contacto con la educación medioambiental y el arte, y pudo asistir a muchas excursiones. En la escuela secundaria, participó de seminarios de desarrollo profesional y liderazgo y, como estudiante de secundaria, viajó a Washington, D.C., con otros jóvenes de la Casa de la Misericordia.
Hace tres años, su familia pudo convertirse en propietaria de una vivienda. Acompañé a Saradha a visitar universidades locales y la ayudé a solicitar ayuda financiera. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando este año presencié su grado del instituto. En otoño, asistirá a la universidad para iniciar sus estudios de pre-medicina y está trabajando unas horas con las Hermanas de la Misericordia. Que Kateri Tekakwitha, Lirio de los Mohawks, guíe a las familias de refugiados para que sean acogidas y tengan un hogar en los Estados Unidos.