El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en los últimos días insultó a gente de Somalia como «basura», se aprovechó de un trágico tiroteo para atacar a personas de Afganistán e inmigrantes de una docena de otros países, y degradó a las mujeres periodistas llamándolas «cerditas» y «estúpidas».
Las palabras importan y tienen consecuencias en la vida real.
Llamar a la gente «basura» o referirse a ellas como animales es humillante y deshumanizador, y hemos visto ejemplos de cómo eso puede conducir a actos de violencia, en particular contra las personas migrantes. Los líderes y las personas en puestos de poder tienen la responsabilidad especial de dar ejemplo.
En el Salmo 35,19-20, escuchamos la súplica del salmista pidiendo la protección de Dios contra «quienes odian injustamente… aquellas personas que no usan palabras de paz al hablar, sino que traman siniestros planes contra las personas pacíficas».
Todos estamos hechos a imagen de Dios sin importar nuestro género, raza, etnia o nacionalidad. Y todos tenemos la responsabilidad de tratarnos con respeto y dignidad y de guardar el mandamiento del Señor de amarnos unos a otros (Juan 13,34).
El aprovecharse de una tragedia para calumniar a nacionalidades enteras, denigrar a grupos étnicos y proferir insultos misóginos contra las mujeres no tiene cabida en una sociedad moral.