La espiritualidad de no violencia en Honduras
Por Delcid Matas, Asociada de la Misericordia
Hermanas y Asociadas de la Misericordia en el Caribe, Centroamérica y Sudamérica (CCASA) han estado participando en talleres para abrazar de modo más profundo una vida de no violencia como parte de nuestra respuesta a la injusticia y violencia en nuestro mundo.
Somos conscientes que nuestro planeta y nuestro continente está colapsando por la avaricia desmedida y corrupción que llevan al crecimiento exponencial de la pobreza y a la destrucción de nuestra casa común.
Esta violencia institucionalizada se ha evidenciado con la pandemia del Covid 19 que ha expuesto las grandes desigualdades sociales y ha contribuido a las muertes de miles de personas por los fallidos sistemas de salud. Desgarran el corazón las imágenes de dolor, de impotencia y sufrimiento del personal de salud que no cuenta con el equipo de protección e insumos necesarios para proporcionar una atención digna a los enfermos.
Nosotras, como Misericordia, vivimos el impacto que la corrupción y la impunidad tienen en la vida de nuestros pueblos. El dolor de las personas que acompañamos nos toca en nuestra propia carne y sabemos desde la profundidad de nuestro ser que el camino de la violencia es el camino hacia la destrucción de la vida y a la desaparición de la especie humana. Nos sentimos urgidas a trabajar en hacer cambios en la manera de relacionarnos con las personas, los seres vivos y los bienes naturales como una reflexión de lo divino. Buscamos llegar a ser artesanas de la no violencia y alimentamos nuestro corazón desde su espiritualidad.
Esta espiritualidad de la no violencia nos lleva a darnos cuenta de que estamos en relación con otros seres, su dolor y sufrimiento son nuestros. Nos conecta con todo el tejido de la Vida y por ello nos impulsa a desaprender costumbres, creencias, falsas seguridades. Nos mueve a transformar la rabia, el enojo en acciones que nos permitan abrir la mente y el corazón, y urge a cada persona y sociedad a despertar de la ilusión del tener, poseer, conquistar, someter, marginar, clasificar, cosificar a los otros seres.
No hay otro, solo el sí mismo. Somos un solo cuerpo y como miembros de ese cuerpo existimos. La espiritualidad de la no violencia, es la que nos mueve a no solo comprometer nuestros recursos naturales, sino también nuestras vidas en la búsqueda de un cambio sistémico, donde cada ser pueda existir en armonía con toda la creación.
Poniendo la no violencia en práctica en Argentina
Por Griselda Franco, Fundación Espacios de la Mujer
Hermanas y asociadas en Argentina han estado trabajando incansablemente para desterrar la violencia en nuestra sociedad, en especial el femicidio desenfrenado. En Buenos Aires, este trabajo se realiza a través de la Fundación Espacios de la Mujer, Casita de Colores y el Centro para las Mujeres.
En la Fundación se brindan a mujeres talleres tales como yoga, danza, memoria, teatro, tejido y artesanías. Se dan talleres también en colegios para prevenir la violencia en el noviazgo y ayudar a romper el ciclo de violencia dentro de las familias.
En Casita de Colores se reciben mujeres con sus hijos y se les brinda asilo, alimentación y contención hasta por un año mientras se proporciona asistencia médica, psicológica y legal. Los talleres de autoestima, telar, tejido, manualidades y formación les ayudan a sentirse empoderadas y fortalecidas cuando ellas salen hacia una nueva vida.
La Casa de la Mujer desde hace más de 22 años ha estado ayudando a las mujeres con acompañamiento a aquellas que quieren poner denuncias en las comisarias, juzgados y otras acciones para aliviar su sufrimiento.
La misión es transmitir y promover a todas esas mujeres sobre sus derechos para que puedan desarrollarse y empoderarse libremente en paz, creciendo en su autoestima con un enfoque integral, holístico que les ofrece ayuda espiritual, psicológica, social para salir del círculo de violencia.
En el Norte Argentino, en la Ciudad de Clorinda, Formosa, las Hermanas de la Misericordia abrieron hace varios años el centro educativo llamado Ñande Roga Guazu.
Allí, en esa comunidad pobre y patriarcal en que la violencia está profundamente arraigada, Hermanas y Asociadas de la Misericordia, trabajan con niños y jóvenes que desde pequeños reciben contención, merienda, ayuda escolar, acceso a tecnología y recreación.
Los niños pueden ser parte de la Murga, un grupo de cantantes acompañados de tambores que participan en varias actividades sociales de la ciudad y pueblos aledaños, y se anima a las mujeres a participar en Ni una Menos, un movimiento contra la violencia de género para exigir justicia y acompañar a familias de víctimas de femicidios.
Al trabajar de manera activa en la no violencia, tratamos de seguir las enseñanzas y ejemplo de Catalina McAuley y mostrar que la Misericordia es aquí y ahora.