Por la Hermana María Elena Anto
La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe de las Américas, a inicios de la era de la evangelización, en 1531 ha dado un giro a nuestra historia, dejando una huella que ha permanecido intacta en nuestros corazones desde entonces. Ella viene en nuestra ayuda para quedarse, acompañarnos y guiarnos al encuentro con Cristo. Apareció como una del pueblo, aceptándonos como la aceptamos a ella. La Morenita es una de nosotras.
La Virgen María siempre ha tenido una relación muy especial con nuestro pueblo en los distintos rincones de Nuestra América. Todos hemos vivido la experiencia de tener una advocación de María presente en nuestro peregrinar como fieles seguidores de Jesús.
La Virgen María, aceptó acompañar a un nuevo pueblo para poder adherir al corazón de su hijo y tocar el corazón del pueblo a la fe en Cristo. Su cercanía y su aparición ante Juan Diego, motivó a él, aceptar esta misión que le pedía, sintió en su corazón que algo grande se presentaba en medio de su pueblo.
Este encuentro es el que sostuvo a nuestros antepasados a aceptar el mensaje de Jesús y fue el surgimiento de un nuevo pueblo, uno que continúa aceptando el mensaje de fe que nuestra Virgen Morena trajo a estas tierras.
La Virgen dijo a Juan Diego: «Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, no dejes que nada te asuste ni te aflija, que no se turbe tu corazón… ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?» Hoy se hace más presente estas palabras por esta pandemia global que estamos enfrentando donde está amenazada la vida.
La pandemia nos recuerda lo frágil que somos. Este es un virus capaz de quitarnos la vida, y está demostrándonos que, por las inmensas desigualdades, el sector salud no está al alcance de todos y aumenta el riesgo para los más necesitados. Nos sentimos vulnerables y con miedo. «¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?» Estas palabras nos ayudan a tener esperanza, fe y fortaleza. Dios escucha el clamor de su pueblo; se hace presente con la Virgen de Guadalupe para sostenernos y darnos su amor incondicional en la persona de Cristo. E igual como la Virgen se queda con nosotras y nos sostiene, tenemos que hacer y ser lo mismo las unas con las otras.
«Yo soy la madre de los moradores de estas tierras y de todos los que a mí acudan», nos recuerda. Ella camina con nosotros, pero también sale al encuentro de todos aquellos que más la necesitan. Nos sigue pidiendo hacer lo mismo: amar a cada persona –al inmigrante, al incapacitado, al pobre, al huérfano, a la viuda, al desempleado, al que es diferente con rostros llenos de historias de dolor, alegrías y esperanzas que están presentes en nuestro caminar diario. Nuestra respuesta a esta situación, de la forma en que la encaremos, dependerá en nuestra manera de expresarnos como cristianos, seguidores de Cristo.
Al plasmar su imagen en el poncho Ella une su vida, su corazón, su alma a nuestro pueblo sencillo y humilde demostrando su presencia entre nosotros, Para que al contemplarla escucháramos su mensaje: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.