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Por la Hermana Francisca Margate, enfermera titulada, Ciudad De Iligan, Isla De Mindanao, Filipinas

«Debemos esforzarnos por hacer las cosas ordinariasextraordinariamente bien».

Estas palabras de nuestra Madre Fundadora, Catalina McAuley resuenan en mi corazón en medio de la pandemia COVID-19, ya que soy una de las personas en primera fila en el Hospital Comunitario de la Misericordia. Sus palabras me dieron fuerza mientras experimentaba una cuarentena comunitaria ampliada y confinamiento.

La Hora Santa en la Capilla del Hospital de la Comunidad de la Misericordia (Filipinas) es un momento de respiro en el trabajo del hospital para la Hermana Elizabeth Ballero, izquierda y la Hermana Francisca Margate.

Hermanas Aura Rudelsol Matalines, Elizabeth Ballero y yo íbamos al hospital cada día y pasábamos la mayor parte del tiempo allí. Al principio, había una sensación de pánico, miedo de que una o todas nosotras estuviéramos afectadas por el virus e incluso miedo a la muerte.  Nuestros colaboradores de trabajo tenían miedo de seguir laborando. Los doctores detuvieron sus consultas ambulatorias. Todos tenían miedo y se rindieron. A pesar de todas estas incertidumbres, hicimos todo lo possible para ser su inspiración, para poner caras felices y ser una esperanza para ellos.

Hermana Francisca Margate encuentra consuelo en la costura de máscaras faciales para uso de sus colegas en el hospital donde ella trabaja.

Experimenté profundamente cómo ser pobre y temerosa de lo desconocido y del muy potente virus, que detuvo el movimiento y los planes de todos. A través de todo esto, me aferré Dios muy de cerca, mientras seguíamos rezando incesantemente, hacíamos la hora santa y rezábamos el rosario a la Virgen de la Misericordia en el hospital con nuestros compañeros de trabajo. En medio de esto, Dios nos dio su gracia con creatividad e iniciativa como nuestra forma de supervivencia. Hicimos mascaras y protectores faciales. Personas, familias e instituciones amables dieron su apoyo y nos proporcionaron equipo de protección personal y comida.

Mi profunda comprensión con esta pandemia fue que nadie está exento, todos somos iguales. No importa tu etnia, raza o color, pobre o rico, joven o viejo, líder o subordinado.

COVID-19 hace a todas las personas iguales. Este virus me enseñó a ir más despacio, a apreciar lo que tenemos y lo rápido que puede desaparecer. Mi fe fue puesta a prueba por el fuego. Qué fuerte soy en mi convicción de que es Jesús en quien creo y confío, quien fue crucificado y murió por mí y por todos. Nuestra mayor esperanza es Jesús resucitado, el Cristo.