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Esperando la luz (y la vacuna)

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Por la Hermana Pat Kenny

A medida que pasan estos días de Adviento y enviamos por el correo nuestras tarjetas y paquetes de Navidad, muchos a quienes no veremos durante las vacaciones de este año, somos muy conscientes de pensamientos y sentimientos que no asociábamos antes a esta temporada. La anticipación se mezcla con ansiedad; la alegría se funde con inquietud; la paz se empaña por la duda.


Comenzamos las Antífonas Oh, decoramos nuestras puertas y árboles, escuchamos e incluso cantamos canciones y villancicos tradicionales, y anhelamos las vistas y sonidos que hacen faltan este año: voces familiares, rostros ahora reducidos a diminutos cuadrados en nuestras pantallas y también a quienes nunca más volveremos a ver.

Mientras coloco las pequeñas figuras desiguales en mi estantería de lo que sería una escena de la Navidad, pienso en el origen de cada una: María arrodillada junto a su bebé, regalo de una superiora que nos dio una a cada una de nosotras en una Navidad, hace muchos años. José, de pie junto a ella, regalo de una hermana que me recordaba en tiempos de problemas: «Acude a José». Un niño del coro y pequeños ángeles tocando flautas y trompetas, pintado por mi hermana, hace muchos años.

Luego tomo las lucecitas, esas que enciendes para que parpadeen, y algo en la luz —pequeña, inestable pero perseverante— eleva mi nostalgia por tiempos pasados y me recuerda lo que significa la luz. El mensaje de la Primera Carta de Juan 2–5 nos recuerda que «Dios es luz y en Dios no hay tinieblas». Es la oscuridad lo que me asusta, pero la venida de Dios a nuestro mundo significa el fin de las tinieblas. Significa esperanza.

Y ahora, justo cuando la esperanza parece demasiado frágil para confiar, aprendemos que lo que hemos temido más que nada este oscuro año que pasamos, pronto puede ser un terror que podemos superar. COVID-19 caerá de rodillas, no de un solo golpe, ni siquiera en una temporada, pero hay esperanza para todos nosotros. Mientras esa estrella en el Este todavía asciende (¿quién sabe qué tan alto estuvo a mediados de diciembre, en Belén, en esa primera Navidad?), sigamos la luz de la estrella como lo hicieron los Magos, confiando en su significado, creyendo su mensaje y encontrando en su luz la expresión más plena y verdadera de Dios con nosotros. ¡Emmanuel!