Por Anne Henehan, RSM
Hace unos días me encontré con una famosa cita de Desmond Tutu que me encanta: «La esperanza es ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad». A medida que nuestro tiempo de Adviento llega a su fin y nos adentramos en la Navidad y sus días de alegría, creo que una reflexión sobre la esperanza es justo lo que necesitamos.
Todo el mundo tiene esperanza. Me encanta su naturaleza inclusiva; no está condicionada por la religión o la habilidad; por la edad, la raza, el género o cualquier otra característica. Es «desear que algo ocurra o sea cierto y pensar que podría ocurrir o ser cierto» (Diccionario Británico). Creo que un requisito previo para tener esperanza es, como afirma el reverendo Tutu, ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad que nos rodea.
¡Y qué oscuridad encontramos! Abundan los estados de guerra en lugares que ni siquiera aparecen en las noticias, además de los lugares que nos vienen fácilmente a la mente: Gaza y Líbano, Ucrania, Sudán o Haití. La falta de acceso a recursos como alimentos, refugio y agua potable existe en las ciudades más grandes de los países más ricos, así como en los países menos desarrollados del mundo.
Cuando la gente tiene esperanza, ésta es siempre muy personal, local y profundamente sentida: «Por favor, mantengan las bombas lejos de nuestra calle»; «por favor, que no maten a mi hijo en la escuela o de camino a casa»; «por favor, que se cure el cáncer de mi hija»; «por favor, apoyen a mi hijo para que busque ayuda para su adicción»; «por favor, que el dinero alcance hasta final de mes para que mis hijos puedan comer». Podríamos seguir y seguir. Y en todos los casos, una persona abre su corazón a Dios y al universo suplicando lo que cree que podría ser verdad y que podría suceder. Ha estado viendo esa cerilla encendida en la negrura, la vela parpadeando por un camino oscuro y estrecho.
Todo el mundo tiene esperanza, y en nuestra tradición cristiana, unimos la esperanza a la fe. Entretejemos la esperanza en nuestros círculos familiares y comunitarios. Nuestros círculos de fe amplían y profundizan nuestra esperanza y la alimentan y la nutren. A través de nuestra oración, reforzamos nuestra esperanza creyendo que Dios oye nuestras peticiones y súplicas y que las responderá en el tiempo Kairos de Dios.
Con la Navidad que se acerca terminamos nuestro tiempo de Adviento que han sido semanas de espera en esperanza y caminar con María y José, buscando que la Luz venga a nuestra oscuridad. Ahora, celebramos a Jesús como nuestro Dios que viene al mundo, un pequeño bebé humano, vulnerable, necesitado de cuidados y tierna crianza. Así como María y José guiaron con ternura a Jesús en su vida, ¿no podemos también nutrirnos mutuamente en el camino de nuestras vidas? Nuestra esperanza no sería sólo para sí mismas/os, sino también para toda la Tierra: nuestras ciudades, estados, países, ríos y mares, y todos los seres que la habitan. Esperamos en la oración por la no violencia, por el amanecer de la paz, por acciones que persigan el aire limpio, el agua limpia y la capacidad de prosperar, para todas las personas.
Así pues, nuestra esperanza navideña lo abarca todo. Con el amanecer del Año Nuevo en 2025, entramos en el año jubilar establecido por el Papa Francisco, como peregrinas/os de la esperanza. Somos peregrinas/os y llevamos nuestra esperanza muy dentro y a nuestro alrededor mientras avanzamos en nuestros días, en nuestras rutinas y en todos nuestros encuentros con otros hijos e hijas de Dios.
La esperanza es nuestra luz perdurable. Cuando somos capaces de ver la luz, por diminuta y parpadeante que sea, podemos creer que vencerá a la oscuridad, aunque sea poco a poco.
Que tu Navidad esté tan llena de luz como pueda estarlo, y te llene de esperanza para nuestro mundo.