Por Grace Crawford, Escuela Secundaria de la Misericordia, Burlingame, California
Julia Greeley nació en la esclavitud en algún momento entre 1833 y 1848 en Misuri.
Esto la hizo experimentar muchas dificultades durante sus años de juventud. Uno de los acontecimientos traumáticos que le sucedieron fue cuando su dueño la azotó a través del ojo, dejando una cicatriz en el costado de su rostro y desfigurándola permanentemente. Estos eventos, sin embargo, no definieron su vida. En cambio, ella vivió una vida de gran fe, perseverancia y generosidad mientras se convirtió en la encarnación del amor y la caridad. Al liberarse de la esclavitud en 1865, Greeley se mudó a Denver, Colorado donde en 1880 se convirtió al catolicismo y se dedicó a servir a los pobres.
Lo que realmente me inspira más de Julia Greeley es que, en medio de su pobreza y sus luchas, se estaba dedicando a servir a los demás. Ella dio todo lo que pudo, incluso cuando tenía muy poco. Ella tiraba de un carro rojo lleno de comida y ropa a través de Denver, dándolas a las familias pobres. A menudo, ella hacía esto por la noche para no avergonzar a las familias que necesitaban ayuda. Ese tipo de humildad al compartir bienes en secreto habla mucho sobre el amor por su prójimo. Julia no buscaba ningún tipo de reconocimiento o recompensa, sino que se centraba únicamente en servir a los demás. Su enfoque desinteresado hacia la caridad me hace admirarla mucho, y es algo que quiero emular en mi propia vida.
La historia de Julia Greeley también continúa recordando a la gente que la contribución de los católicos negros debe ser reconocida, especialmente porque experimentaron el racismo y la discriminación. Ella vivió en una época en que tanto la Iglesia como la sociedad trataban a los afroamericanos como ciudadanos de segunda clase, pero nunca dejó que eso afectara su fe. Julia tenía una creencia intensa en el amor de Dios que persistió incluso cuando enfrentaba tal desigualdad. Ella sirve como un ejemplo increíble de resiliencia frente a la adversidad, convirtiéndola en una figura particularmente poderosa. Su ejemplo nos recuerda que el mensaje de igualdad y justicia de la Iglesia se extiende a todas las personas, sin importar la raza o el origen.
La vida de Julia Greeley es una gran lección para las futuras generaciones de católicos sobre cómo vivir el Evangelio sirviendo a los demás. Ella era pobre y tenía muy poco, sin embargo, hizo mucho bien para su comunidad solo por ser amable y compasiva con los demás. Ella era la definición de generosidad y consideración, que se mostraba específicamente cuando hacía sus entregas por la noche. Es importante recordar que ella lo hizo todo desde un lugar de profunda fe que la sostuvo a través del tratamiento adverso y le dio fuerza para continuar. En el mundo de hoy, donde las divisiones sociales y económicas se están ampliando, la vida de Julia Greeley sirve para mostrarnos que incluso los actos más pequeños de caridad pueden hacer una diferencia real.
La humildad, la generosidad y la perseverancia de Julia son cualidades que pueden inspirarnos a todos a vivir la vida de Cristo de manera más genuina. Fue su servicio a los demás antes que a sí misma, sirviendo a los pobres y necesitados, que mostró lo que realmente es vivir la vida como cristiana. En eso ha dejado un legado de bondad y fe, que hoy resuenan entre nosotros.