Por la Hermana Patricia McCann
Es hora de retomar el uso de la palabra ignorante en nuestro vocabulario de la Misericordia. Catalina McAuley nos comprometió a servir entre «los pobres, los enfermos y los ignorantes». En los últimos años hemos cambiado ese último término por el de carente de educación en el uso diario y en muchos de nuestros documentos. Considerando la vasta red de instituciones educativas de la Misericordia, pensamos que esta expresión parecía más inclusiva y menos peyorativa. Y en ese contexto limitado probablemente lo sea.
Sin embargo, en nuestros tiempos estamos descubriendo una nueva urgencia por denunciar la ignorancia. Ésta paraliza nuestra sociedad de muchas maneras destructivas: el racismo tiene sus raíces en la ignorancia, la intolerancia tiene sus raíces en la ignorancia, el sexismo tiene sus raíces en la ignorancia, el capitalismo desenfrenado tiene sus raíces en la ignorancia, el ignorar el cuidado que debemos a la Tierra tiene sus raíces en la ignorancia, tolerar la violencia tiene sus raíces en la ignorancia, oprimir a los pobres tiene sus raíces en la ignorancia. La lista podría continuar. De hecho, la ignorancia es la base de muchos males en la sociedad humana.
No es difícil identificar segmentos enteros de la vida estadounidense en los cuales personas educadas, a veces incluso muy bien educadas, se ven menoscabadas por la ignorancia, ya sea intencional, circunstancial o accidentalmente. Me viene a la mente el Senado de Estados Unidos. ¿Cómo es posible que tantos hombres y mujeres cultos/as y educados/as opten por bloquear al gobierno y hacer que su servicio público sea nulo al adoptar un estilo de trabajo paralizante y de polarización en lugar de hacer un esfuerzo real hacia la colaboración bipartidista? La oposición sistemática a la Teoría Crítica de la Raza que inunda las directivas escolares de todo el país es otro ejemplo. Los padres airados, muchos de los cuales no tienen una comprensión clara de lo que es la Teoría Crítica de la Raza, son movilizados por propagadores igualmente malinformados para marchar en las escuelas de sus hijos con demandas arraigadas en la intolerancia y el racismo latente. El envenenamiento de segmentos del cristianismo evangélico y de la democracia estadounidense con la «teoría del gran reemplazo (blanco)» a través de Fox News y otros medios encaja en el mismo patrón.
En la vida estadounidense actual abunda el mal sostenido y estimulado por la ignorancia: el racismo y la supremacía blanca, el movimiento QAnon, las múltiples teorías de la conspiración que inundan Internet, los esfuerzos para restringir el derecho al voto que surgen en varios estados, la intolerancia contra las personas LGBTQ, la escalada de incidentes de violencia antisemita e islamófoba o los crímenes de odio.
El grave peligro de la ignorancia es la ceguera moral que fomenta. Muchas de las personas que entran en este círculo vicioso por las formas descritas anteriormente son, por lo demás, personas buenas, normales y corrientes. Van a la iglesia, aman a sus familias, son buenos vecinos, viven entre nosotras y a veces somos nosotras mismas. La ignorancia surge de la experiencia limitada de la diversidad cultural, la desinformación, la influencia del grupo de iguales, el miedo, etc.
La información y la educación pueden ayudar a disminuir la ignorancia, pero una auténtica transformación de ese comportamiento requiere un cambio tanto del corazón como de la mente. A medida que nosotras, hermanas nos acercamos a otro Capítulo del Instituto con un renovado compromiso a nuestros Asuntos Críticos, la sabiduría nos invita a anteponer la lucha contra la ignorancia como una prioridad en la agenda. Las oportunidades para profundizar la consciencia y la experiencia multicultural, tanto entre nosotras como con los demás, son un buen comienzo. Nuestras Comunidades de la Misericordia, los ministerios, la voz colectiva y la oración proporcionan un campo fértil para sembrar las semillas de la tolerancia, la aceptación y la mutualidad que pueden superar la ignorancia.