Por Virginia Fifield, Asociada de la Misericordia
Existe un vínculo espiritual entre los pueblos indígenas y la tierra.
La Tierra es nuestra madre, y ella acuna los huesos de nuestros antepasados. La tierra tiene memoria, y recuerda los pasos de generaciones pasadas que aún están vivas en nosotros. Cuando estamos en nuestros terrenos ancestrales, estamos en casa. Podemos sentir que la tierra nos da la bienvenida a casa. Podemos levantar la cabeza un poco más y respirar un poco más profundo, porque estamos en casa y somos uno con la tierra.
¿Cuánto tiempo será esto cierto para las culturas indígenas si el extractivismo continúa como lo ha hecho? La deforestación, los oleoductos, la minería, el sobrepastoreo y los OGM están destruyendo las tierras de nuestros pueblos. Las aguas ya no son potables y no son seguras para bañar a los bebés. La codicia y el desprecio han dejado a la mayoría de los indígenas con nada más que espíritus rotos y poca esperanza.
Estamos perdiendo tierras debido a la minería, la industria y la deforestación. Esto significa perder nuestros idiomas, nuestra forma de vida y la sabiduría y el conocimiento de los ancianos porque hay que poner tanta energía en sobrevivir.
Esta es una tragedia que va mucho más allá de perder una patria. Es una tragedia que roba a un pueblo su cultura, su conexión con el pasado y el futuro. Está robando a poblaciones enteras la esperanza y su espíritu.
En cuanto a mi reserva, que se extiende por el norte del estado de Nueva York y las provincias de Ontario y Quebec, estamos luchando para enseñar a nuestros niños los caminos de la Tierra y el agua debido al daño que ha causado la industria y el vertimiento de desechos.
Durante 500 años, los pueblos indígenas han estado sitiados por la codicia y el racismo. Generaciones han luchado contra el acaparamiento de tierras y las reubicaciones forzadas. La generación de mi padre luchó contra el despojo de nuestra lengua y cultura en las escuelas de internados. Mi generación luchó contra la interferencia gubernamental y para recuperar nuestro lenguaje y tradición. Esta generación está luchando contra la devastación causada por las arenas bituminosas, los oleoductos, el fracking, la minería y la deforestación. Luchamos estas batallas no por nosotros mismos sino por las generaciones futuras, nuestros antepasados aún no lo han hecho.
Si, en este tiempo y lugar, no ponemos fin a los extractivos y a todas las formas de devastación ambiental, no quedará nada en lo que arraigar a nuestros hijos. No tendrán ninguna conexión con la tierra y la creación. La visión de ese mundo trae dolor y tristeza a las comunidades indígenas de todo el mundo.
En Laudato Si’, Sobre el cuidado de nuestra casa común el papa Francisco escribe:
Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades sociales que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas.
En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores.
Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura. (Capítulo 3, sección II, 145–146).
Tenemos que continuar esta lucha, no para nosotros, sino para la séptima generación venidera.