Por Meghan Petersen, Ex-voluntaria del Cuerpo de Voluntarios de la Misericordia en Georgetown, Guyana, Sudamérica
Cada dos o cuatro años la temporada electoral puede ser la mejor época porque nos da la oportunidad de detenernos a pensar y visualizar qué es lo queremos que sean nuestras comunidades. Votar es un acto de escucha; es tomarnos el tiempo para oír lo que nuestros corazones ansían en la búsqueda de un mundo más justo. Es aguzar el oído para escuchar a aquellos que no tienen derechos y no se les permite participar en las decisiones electorales. Es votar para declarar que tú importas, que todos importamos, que creemos en los temas que se discuten. Escuchar con nuestro voto es un gesto de acogida e inclusión por el que nos unimos para reconocer nuestro linaje compartido y nuestras circunstancias particulares.
Para mí es difícil elegir cuáles son los asuntos más importantes que están en juego porque siento que estamos increíblemente interconectados en Tierra y cuerpo. Escuchar a la comunidad y al corazón son actos que se fundamentan en valores. Reflexionando sobre mi experiencia en el Cuerpo de Voluntarios y Voluntarias de la Misericordia y leyendo sobre el acto de votar como una práctica espiritual, me doy cuenta de que mi tiempo de servicio con voluntarias y voluntarios en Guyana cimentó en mí nuevos valores. El servicio me inculcó la importancia de la hospitalidad, la empatía, la no violencia y la santidad.
La hospitalidad es la acogida puesta en práctica. La hospitalidad consiste en romper las barreras para incluir a todos en nuestro país. Significa examinar a candidatos y el lenguaje que utilizan para dar la bienvenida al extranjero y al vecino que no se parece, ni ora, ni ama, ni se mueve como ellos. La verdadera hospitalidad encarna el espíritu de las autoras Liz Fosslien y Mollie West Duffy cuando afirman que «la diversidad es tener un asiento en la mesa, la inclusión es tener una voz y la pertenencia es hacer que esa voz sea escuchada». La hospitalidad entra en juego especialmente cuando hablamos de migración. Cuando las personas que vienen a nuestro país buscando una «tierra de oportunidades» y en cambio son puestas en jaulas, ¿qué dice esto de nuestras «oportunidades»? Genera un mensaje deslumbrante de lo que significa la posibilidad de superar barrera tras barrera hacia la libertad, la inclusión y la pertenencia. Los candidatos que difunden mensajes divisivos y de temor acerca de aquellos que nacieron en otros lugares promueven la idea de que la hospitalidad y la invitación a nuestra mesa solo pueden ser extendidas a quienes encajan en su concepción de blancos, anglo parlantes, cisgénero, heterosexuales y cristianos. Esto es la antítesis de la hospitalidad. Votar con genuina hospitalidad es encontrar un/a candidato/a que dispone una mesa en la que todas las voces sean escuchadas.
La empatía consiste en darnos cuenta de cómo estamos inextricablemente conectados: la Tierra, los animales, los humanos y el espíritu. La empatía es la compasión en acción, es meterse en los zapatos en los que alguien más vive, trabaja y ama. Nos permite imaginar y sentir la dicha y el sufrimiento que tiene otro ser humano. Durante la temporada electoral es importante mirar fuera de nuestro ámbito inmediato aquello que otros están sintiendo y viviendo sobre su opresión. El voto empático requiere de una respuesta. En estos tiempos la empatía es necesaria para escuchar cómo la gente se siente sin representación en su gobierno, su política, sus cuerpos de seguridad y sus escuelas.
El movimiento Black Lives Matter es un acto de empatía y de escucha a las muchas personas de color que no han sido invitadas a la mesa y que no están representadas allí. Fuerza a los demás a caminar fuera del espacio de sus privilegios y a pararse y exigir un lugar, una voz y un oído en la mesa. Nuestro mayor acto de compromiso es responsabilizar a nuestros representantes por la forma como han contribuido a conformar una sociedad racista y supremacista blanca y exigirles que trabajen enfrentando los prejuicios y la discriminación de pensamiento y obra. La empatía es mirar nuestras propias prácticas y ver cómo hemos contribuido al racismo en nuestras comunidades, escuelas, lugares de trabajo y lugares de culto. Es preguntarnos en qué nos hemos quedado cortos reconociendo la conexión entre nosotros y las experiencias de nuestros semejantes.
La no violencia promueve la colaboración. Nuestro íntimo sentido de paz es la esperanza para nuestras comunidades y círculos de influencia. La no violencia fomenta la coexistencia y previene la degradación de la Tierra y del espíritu humano. Votar como un acto de paz es elegir conscientemente a un/a candidato/a que se pronuncie sobre la continua opresión y el prejuicio en nuestro país. Es ver a través de la niebla de la promoción del negocio por encima de lo humano. La mentalidad que defiende al ser humano por encima del negocio, mira cómo progresamos y el costo de dicho progreso. Nos hace cuestionar a quién y a qué estamos destruyendo a medida que avanzamos. ¿Nuestra Tierra va a sufrir con este progreso? ¿Van a sufrir nuestros vecinos?
La santidad del voto es la confirmación de que estamos con los pies bien puestos en la tierra y de que sabemos que este lugar al que llamamos hogar fue bendecido antes de que nosotros llegáramos. Es sagrado hoy y continuará siendo sagrado después de que hayamos partido. Votar con la mente puesta en lo sagrado es dar la bienvenida a esa conciencia de santidad mientras buscamos cuidar de nuestro prójimo, el planeta y el espíritu.
A medida que se acerca noviembre, tómate el tiempo para detenerte y reflexionar sobre los valores que te inspiran a compartir el planeta con los demás y busca candidatos/as que quieran unirse a ese caminar contigo.