Por Hermana Renee Yann
Muchas de nosotras crecimos en hogares donde estábamos rodeadas de fuerte fe que se expresaba en muchas devociones. Soy feliz de ser una de esas personas. Las sencillas prácticas sacramentales despertaron y comprometieron mi joven fe y me ofrecieron un medio visible para responder a sus impulsos. Estas prácticas también les dieron a mis padres y abuelos las herramientas para enseñarme a amar y confiar en Dios, María, los santos y mi ángel guardián.
Recuerdo con gratitud los muchos parámetros de esa profunda devoción que acompañaba nuestra práctica fundamental de una vida sacramental y litúrgica.
- Nuestra casa tenía un crucifijo en cada habitación para recordarnos la presencia de Dios.
- Sobre la puerta principal había una estatua del Niño Jesús de Praga y la primera tarjeta de Navidad que habíamos recibido y que representaba a los Reyes Magos, para bendecirnos en nuestros viajes.
- Todo el año, el sombrero de papá tenía una pequeña pieza de paja metida en su banda de cuadros. Lo había arrancado de un pesebre navideño de la parroquia, cerca de San José, que era su patrono.
- Durante las tormentas eléctrica muy violentas, recibíamos a veces un chorrito de agua bendita de mamá, de un frasco pequeño guardado para situaciones especialmente difíciles.
Y, tal vez porque vivíamos no muy lejos de la costa este, teníamos una práctica especial de verano. Íbamos al océano en la Fiesta de la Asunción, creyendo que, a través del agua, María nos ofrecía sanación y gracias especiales ese día.
Aún puedo imaginar a los niños ayudando a sus abuelos ancianos a entrar en el mar, con los pies en el agua. Recuerdo a madres y padres que marcaban las frentes de sus hijos con una Señal de la Cruz «salada». Había una humilde reverencia humana y una confianza en estas acciones que me bendicen todavía.
Mientras que el ritual del 15 de agosto, al igual que las devociones similares, puede parecer supersticioso e incluso molesto para algunos hoy, su recuerdo permanece conmigo como un testimonio de la sencilla fe y el profundo amor del pueblo de Dios por nuestra Santa Madre.
Fue precisamente esa devoción y fe, expresadas durante siglos por los fieles, lo que llevó al Papa Pío XII a declarar el dogma de la Asunción:
«Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste» (Munificentissimus Deus 44).
El Papa Pío XII definió el dogma de la Asunción el 1 de noviembre de 1950. El mundo en ese momento aún se estaba recuperando de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El mismo Papa, sin duda, estaba herido más allá de toda descripción por lo que había presenciado. Uno puede escuchar su profundo dolor cuando comienza la Constitución Apostólica, Munificentissimus Deus («Dios munificentísimo») diciendo:
«Nuestro Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias, por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estímulo y auspicio de una vida mejor y más santa».
Esta verdad es complementaria al dogma de la Inmaculada Concepción definido por el Papa Pío IX en 1854. Estos dos artículos de fe abarcan la totalidad de la vida de María que fue excepcionalmente bendecida entre todos los humanos. María nos da, en nuestra humanidad, un modelo y una invitación alentadora a la santidad.
La Hermana de la Caridad Marie T. Farrell presenta un ensayo académico y perspicaz sobre la Asunción aquí. Su trabajo nos da una rica comprensión de las distintas «capas» teológicas dentro de esta enseñanza. La Hermana Marie cierra su ensayo con estas palabras:
«María que es asunta al cielo y es Espiritualizada en toda su individualidad, es un símbolo profético de esperanza para todos nosotros. En su Resurrección-Ascensión, Jesús ha mostrado el camino a la vida eterna. En el misterio de la Asunción, la Iglesia ve a María como la primera discípula de muchos en ser honrada con un futuro ya abierto por Cristo, que desafía la comprensión de ‘ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman’ (1 Cor 2, 9)».
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Más reflexiones de la hermana Renee en su blog ‘Lavish Mercy’