Por la Hermana Pat Kenny
«Dame pues a mí, tu servidor, un corazón comprensivo» (1 Reyes 3,9)
David y su hijo Salomón disfrutaron de una amistad extraordinaria con Dios. Se nos dice que tenían diálogos frecuentes y no obstante ambos hombres pecaron gravemente en sus vidas, Dios no permitió que eso destruyera su amistad. Qué lección sobre los caminos de Dios; que reconfortante calma para nosotros.
En la lectura 1 Reyes 3,4-13, de donde se ha tomado el versículo anterior, Dios invita a Salomón a pedir algo y Salomón parece sorprender a Dios con esta petición. Al contrario de la mayoría de los mortales que tienen la oportunidad de pedir algo extraordinario, Salomón pidió un don aparentemente sencillo, un corazón comprensivo. Deseó ser como su padre quien fue un buen gobernador y a menudo enfrentó decisiones y opciones difíciles. Él podría haber pedido sabiduría, de hecho, una petición usual de personas que desempeñan funciones administrativas, pero él pidió por un don con más matices.
¿Cuál es la diferencia entre la sabiduría y la comprensión? Mi reflexión propone que la sabiduría es un producto de la mente; la comprensión procede del corazón. El don de la sabiduría le permite a uno medir, discernir y filtrar la información y evidencia, para después adoptar decisiones y elecciones sabias. Sin embargo, el don de la comprensión va más profundo: considera el valor, la importancia y las consecuencias de la sabiduría compartida. La sabiduría es transmitida por la persona oradora o escritora sabia; la comprensión es compartida por la persona oyente comprensiva, perceptiva y considerada.
A fin de cuentas, la reputación de Salomón se basa en su sabiduría, y a veces eso no funcionó muy bien. Como su padre, fue víctima del orgullo, ese pecado sutil que parece opacar a las personas poderosas. Entonces tomamos de esta historia lo que nos es fundamental — el deseo de ser una persona sabia y comprensiva. Muy pocos nos consideramos particularmente sabios, pero nos gustaría creer que tenemos corazones comprensivos. En este Día de San Valentín, regocijémonos en ello, y oremos por la gracia de crecer en la comprensión de los demás y de nosotros mismos y de compartir esa comprensión con generosidad y sabiduría.