Por Hermana Marilú Holguin Cruz
El Domingo de Ramos, celebramos la entrada de Jesús a nuestros corazones. Aunque muchos inocentes hoy sufren y mueren en nuestros pueblos, Jesús está, allí les cobija con su dolor y sufrimiento. Él escucha su clamor: ¡Ven en nuestra ayuda!
El Domingo de Ramos es la puerta que nos prepara para la Semana Santa al comenzar nuestro peregrinar a la Pascua. Cuando entró Jesús a Jerusalén la gente tendía sus mantos por el camino. Otros cortaban ramas de árboles. ¿Cuáles son tus mantas? ¿Qué ramitas, qué retoños, rebrotes del árbol de tu vida quieres ofrecer a Jesús?
“Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió diciendo: ‘¿Quién es éste?’ Y la multitud decía: ‘Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea’” (Mt 21, 10-11).
Entre gritos de ¡Hosanna! Jesús entra a nuestras vidas como rey pacífico y misericordioso y nos invita ser canales de la misericordia, puentes de la misericordia, tejedoras de la misericordia, chispitas de la misericordia. El Papa Benedicto XVI escribió en Jesús de Nazaret, Vol.2. “Su poder es de otro tipo: se encuentra en la pobreza de Dios, la paz de Dios, que identifica al único poder que puede redimir”. Él nos llama a la conversión de una vida más simple y austera. Deberíamos preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mí hoy 2023?
“Viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno” (Zacarías 9, 9-10).
Su entrada a Jerusalén revela otro camino y otra forma de reinar, desde su palabra hecha carne y vida, el camino de despojo de servidor y se humilló aceptando la muerte y muerte de cruz. Celebramos a este Cristo que vino a servir, que no retira su rostro ante los que lo ultrajan y escupen. Somos cada vez más conscientes de que debemos cuidarnos unos de otros y cuidar el mundo donde vivimos. Este es el contenido de nuestro servicio, esto es lo que aceptamos y queremos realizar cuando tomamos los ramos y palmas, y aclamamos a Jesús en este domingo.
Debemos preguntarnos: ¿Cómo está mi corazón frente al de Jesús? Quizás un corazón dormido, de dudas, o temores, miedo de perder la seguridad. O un corazón cansado y dolido que conoce de entregas amorosas pero que necesita ser reconfortado, abrazado y alimentado por el amor de Cristo. El Señor no entra para juzgar, molestar o castigar. Él entra a nuestro corazón porque está dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias para revelarnos su amor, para compartir su vida en medio de nuestros miedos y dudas. Él nos enseña también cómo amar a nuestras hermanas y hermanos descartables, a los enfermos, a los pobres, abandonados y olvidados. Él entra a nuestro ser en silencio y transforma nuestra mirada corta y egoísta, haciéndonos capaces de perdonar, de hacer de nuestras cruces lugares de vida.
El llevar nuestros ramos y palmas es un modo de recordarnos del camino que Cristo siguió y yo te invito a poner unos en la puerta de tu casa. La rama de olivo es un símbolo mundial de la paz y reconciliación entre Dios y las personas, como cuando la paloma que lleva una ramita de olivo a Noé en el arca, como prueba de la culminación del Diluvio Universal. Jesús oró en el huerto de los olivos, llamado también Getsemaní, que en hebreo significa prensa de aceite. Este huerto es el lugar de redención. Unjámonos con el aceite de oliva unas a otras junto a nuestro pueblo, para este peregrinar de transformación del desierto en nuestras vidas. Que haya paz y justicia para nuestros pueblos.