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Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

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Por Hermana Pat Whalen

El Miércoles de Ceniza, se invitó a las personas de fe a desgarrar sus corazones y cuidar de la oración, del ayuno y la limosna para que sus corazones y mentes estén preparados para entrar en la Semana Santa, un tiempo sagrado de reflexión sobre el misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesucristo. En este Domingo de Ramos, sus discípulos recuerdan los acontecimientos de esta semana solemne en su contemplación del amor incondicional de Jesús y de su generosidad derramada en favor de la humanidad. 

Con un espíritu alegre y triunfante, Jesús entra en Jerusalén. Con palmas en las manos, la multitud le saluda extendiendo sus mantos en el suelo. La exaltación, la exuberancia, la emoción llenan el aire con voces que gritan y proclaman «¡Hosanna!». En hebreo, esta palabra se traduce como «sálvanos». ¿Quién está presente entre la multitud?  Seguramente aquellos compañeros y discípulos que abrazan y creen en Jesús y lo aceptan como salvador y redentor. Tal vez los cojos, los ciegos y otros destinatarios de su misericordiosa sanación hayan llegado para la celebración de la Pascua y valoren esta oportunidad de estar en presencia de Jesús. Montado en un borrico, se mueve con tanta sencillez, no como un general conquistador montado en un carro tirado por poderosos sementales. Quienes malinterpretan su liderazgo y esperan que derroque la ocupación romana también se encuentran entre la multitud. Los relatos de las Escrituras incluyen a sus adversarios, las autoridades religiosas que están temerosas, resentidas y enfadadas porque la gente está creyendo en Jesús. Dentro de cinco días, las personas que proclamaron «Hosanna» el domingo estarán entre los que griten «Crucifícale» el viernes.  A pesar de esta alegre celebración de la entrada de Jesús en Jerusalén, el sufrimiento acecha. 

Jesús es profundamente fiel mientras recibe humildemente las alabanzas de la multitud que le rodea. Con espíritu firme, Jesús avanzará día a día a lo largo de esta dramática semana hacia el cumplimiento de la misteriosa voluntad del Padre a través de su sufrimiento, muerte y resurrección. El Domingo de Ramos se lee la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Con profunda gratitud, sus seguidores sopesan la voluntad de Jesús de derramar su vida y experimentar la angustia que acompaña a su sufrimiento y muerte. Con asombro, uno contempla los acontecimientos del Jueves y Viernes Santo, el extraordinario acto de Jesús de profundo amor abnegado por Dios y por la humanidad. 

Los primeros compañeros y discípulos de Cristo predicaron y enseñaron la buena nueva, revelaron la compasión de un Dios misericordioso, animaron a vivir en el amor a Dios y al prójimo y a cuidar de los necesitados. Este ministerio de servicio continúa hasta nuestros días. Se publican y difunden informes diarios de los que sufren en barrios, ciudades, países, la comunidad mundial. Son tantos los que se ven privados de la vida, el sustento, la propiedad y la oportunidad de cuidar de sí mismos y de sus seres queridos. La lista de personas afligidas y situaciones de sufrimiento es extensa y parece no tener fin. Frente a las heridas que afligen a la condición humana como la pobreza, la guerra, los prejuicios, la persecución, el hambre, el terrorismo, las privaciones, el abandono, el homicidio, los abusos, el tráfico de personas, el analfabetismo y otras situaciones llenas de angustia, muchos corazones y mentes se llenan de compasión. 

Las Constituciones de las Hermanas de la Misericordia de las Américas señalan este sufrimiento y ofrecen una respuesta de cuidado y servicio.  

Nosotras, como Hermanas de la Misericordia, respondiendo libremente al llamado a servir a los necesitados de nuestro tiempo, nos comprometemos a seguir a Jesucristo en su compasión por las personas que sufren. 

A través de nuestros Asuntos Críticos, Inmigración, Tierra, Racismo, No Violencia y Mujeres, 

las Hermanas de la Misericordia, sus Asociadas y Asociados, y Compañeras, así como sus colaboradores de los ministerios educativos, sanitarios y de servicios sociales auspiciados por la Misericordia, se esfuerzan por abordar y aliviar el sufrimiento humano. Además, nuestras hermanas que residen en centros de asistencia y en centros de cuidados de larga duración ofrecen la oración de intercesión por las personas que sufren y por las comunidades a las que sirven. 

La Pascua ofrece la esperanza de que la vida vence a la muerte, de que la luz prevalece sobre las tinieblas, de que la bondad vence al mal. Inspiradas/os por el Espíritu amigo de Dios, que nuestras vidas promuevan nueva vida, luz y bondad.