Por la Hermana Sister Deborah Kern
Por varios años, he querido visitar y escuchar las historias y experiencias de algunas de las personas que palpan la Misericordia a través de nuestras hermanas en Honduras. En diciembre 2015, tuve la oportunidad de realizar esa visita como parte de una delegación de seis días, organizada a través de la Oficina de Justicia del Instituto.
Esta visita cambió mi vida simplemente. ¡«Desperté» en Honduras! Ahora que estoy despierta, todo parece diferente.
En los Estados Unidos escuchamos innumerables noticias de las drogas, la violencia y las armas en Centroamérica. Oímos que las mujeres y los niños, que huyen del terror de los delincuentes despiadados, son una amenaza para nuestra seguridad nacional. Nos dicen que la presencia militar de EE.UU. en Centroamérica es un esfuerzo para proteger a los ciudadanos estadounidenses de la violencia y el deterioro social de las drogas. En las voces del pueblo de Honduras, escuché el resto de la historia.
Mi corazón oyó las historias aterradoras de las redadas al amanecer en las familias, dormidas y vulnerables en sus hogares. Los soldados del crimen organizado, armados con poderosas armas, fabricadas en los Estados Unidos, se apoderan de las casas particulares con propósitos estratégicos y/o de intimidación. Las madres y los padres aterrorizados despiertan a sus niños en medio de la noche y huyen a la calle con sólo la vestimenta que llevan puesta. Cualquier oposición es combatida con violencia mortal. Los niños son testigos de esa inimaginable tragedia. No hay consecuencias. Las leyes son claramente violadas, no obstante la policía no acepta quejas, mucho menos investiga o procesa a los criminales. No existe protección o recurso legal. El pueblo vive en el temor y la desesperanza. Con los ojos bien abiertos, empecé a contemplar la más profunda tragedia que el pueblo hondureño sufre: la impunidad. ¿Cómo puede suceder esto?
¿De dónde proceden las armas? ¿Por qué las leyes legítimas no son cumplidas por las autoridades hondureñas? ¿Quién tiene el control? ¿Quién se beneficia cuando se ignoran los derechos humanos del pueblo hondureño, cuándo las autoridades encargadas con la sagrada confianza del pueblo se convierten en los responsables de la injusticia? Despierta, empecé a ver con claridad la relación entre mi nivel de vida y privilegio, al sufrimiento del pueblo que amablemente me acogió en sus vidas. No sé cómo estas personas, que diariamente afrontan las consecuencias de mi riqueza, pueden ser tan acogedoras, tan hospitalarias. No podía imaginar ¿por qué no estaban enojadas conmigo por no emprender algo en mi país para abordar la causa de su sufrimiento? ¿Acaso no me hacen responsable por las acciones y políticas de mi gobierno elegido democráticamente?
Al contrario, las personas me despertaron con gentileza y misericordia. Ahora que estoy despierta, no puedo mantenerme en la complacencia y el cinismo mientras otros dirigen nuestro proceso democrático.
Tengo la intención de permanecer despierta hasta que el pueblo de Honduras pueda dormir en paz.