Despertando a la resurrección
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Por la Hermana Joy Clough
«El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba muy oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida».
—Jn 20,1
Comenzó como si él estuviera despertando de una siesta; un largo y lento ascenso para recobrar el conocimiento, una deliciosa sensación de levantarse a través de las olas del sueño. Y entonces, como un rayo: ¡Estaba vivo! Vivo y sin dolor. Vivo y en paz, lleno de asombro. Era Él mismo: Jesús, gloriosamente vivo. ¡Él era la Palabra… con el Padre… en el Espíritu!
A pesar de saborear y de regocijarse en esta conciencia, ya no estaba solo. Simultáneamente, al parecer, él estaba con su madre María… él estaba en compañía de Moisés y Elías… él estaba cantando con David y riendo con su primo Juan y abrazando a José. Sin embargo, estaba en un jardín y era María Magdalena quien hablaba con Él y a quien habló con anhelo y gratitud, con alegría dolorosa ante el milagro de la vida y de las relaciones de amor.
Y entonces estaba Pedro, la Roca, aunque no siempre. Y Tomás, el incrédulo se hizo creyente. Y Andrés y Juan y todos sus amigos. Las mujeres que lo apoyaron y estuvieron de pie en la cruz y que fueron a la tumba. Algunos discípulos descorazonados en un camino. Algunos pescadores aturdidos regresan a sus botes.
Más allá de estos arroyos alargados de gente llamada Crist-iana. Vio cimas de santidad y almas brillantes, valles del mal y espíritus marchitos. Amor y odio, bondad y crueldad, fe y traición, esperanza y desesperación. Los ritmos alternos de la condición humana impresionante, terrible — como Él mismo lo experimentó — girando por los siglos y milenios hacia la eternidad.
Eternidad, donde Él estaba ahora sereno y donde latía un canto, una proclamación de tambor, una verdad palpitante que no sería negada. Mientras las palabras lo alcanzaban, Jesús extendió sus brazos, abrazando la tierra y la eternidad, alabando a Abba, gozando en el Espíritu y escuchando con profunda gratitud y alegría:
«Jesucristo, ayer y hoy,
principio y fin,
Alfa y Omega.
Todo el tiempo le pertenece,
y todas las épocas.
A Él sea la gloria y el poder
por los siglos de los siglos.
Amén».
La reflexión de Hermana Joy se basa en las lecturas de la Biblia de Domingo de Pascua y se adaptó, con permiso, del folleto de Cuaresma de la Comunidad del Oeste Medio Oeste de las Hermanas de la Misericordia.