donar
historias

Despertando a la resurrección

idiomas
compartir
Share this on Facebook Print

Por la Hermana Joy Clough

«El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba muy oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida».

—Jn 20,1

Arte de Hermana Renee Yann
Arte de Hermana Renee Yann

Comenzó como si él estuviera despertando de una siesta; un largo y lento ascenso para recobrar el conocimiento, una deliciosa sensación de levantarse a través de las olas del sueño. Y entonces, como un rayo: ¡Estaba vivo! Vivo y sin dolor. Vivo y en paz, lleno de asombro. Era Él mismo: Jesús, gloriosamente vivo. ¡Él era la Palabra… con el Padre… en el Espíritu!

A pesar de saborear y de regocijarse en esta conciencia, ya no estaba solo. Simultáneamente, al parecer, él estaba con su madre María… él estaba en compañía de Moisés y Elías… él estaba cantando con David y riendo con su primo Juan y abrazando a José. Sin embargo, estaba en un jardín y era María Magdalena quien hablaba con Él y a quien habló con anhelo y gratitud, con alegría dolorosa ante el milagro de la vida y de las relaciones de amor.

Y entonces estaba Pedro, la Roca, aunque no siempre. Y Tomás, el incrédulo se hizo creyente. Y Andrés y Juan y todos sus amigos. Las mujeres que lo apoyaron y estuvieron de pie en la cruz y que fueron a la tumba. Algunos discípulos descorazonados en un camino. Algunos pescadores aturdidos regresan a sus botes.

Más allá de estos arroyos alargados de gente llamada Crist-iana. Vio cimas de santidad y almas brillantes, valles del mal y espíritus marchitos. Amor y odio, bondad y crueldad, fe y traición, esperanza y desesperación. Los ritmos alternos de la condición humana impresionante, terrible — como Él mismo lo experimentó — girando por los siglos y milenios hacia la eternidad.

Eternidad, donde Él estaba ahora sereno y donde latía un canto, una proclamación de tambor, una verdad palpitante que no sería negada. Mientras las palabras lo alcanzaban, Jesús extendió sus brazos, abrazando la tierra y la eternidad, alabando a Abba, gozando en el Espíritu y escuchando con profunda gratitud y alegría:

«Jesucristo, ayer y hoy,
principio y fin,
Alfa y Omega.
Todo el tiempo le pertenece,
y todas las épocas.
A Él sea la gloria y el poder
por los siglos de los siglos.
Amén».


La reflexión de Hermana Joy se basa en las lecturas de la Biblia de Domingo de Pascua y se adaptó, con permiso, del folleto de Cuaresma de la Comunidad del Oeste Medio Oeste de las Hermanas de la Misericordia.