Por Hermana Patricia Mary Murphy, RSM y Hermana JoAnn Persch, RSM
Durante 40 años, hemos vivido y trabajado con sobrevivientes de tortura en Centroamérica, ciudadanos de Venezuela que huyen de la crisis económica y política, personas de Sierra Leona que luchan contra el hambre y los disturbios civiles, y muchas otras personas recién llegadas que necesitan ayuda. Nunca habíamos visto tanto miedo en nuestras amistades inmigrantes como ahora.
A siete meses del inicio del segundo mandato del presidente Donald Trump, sus políticas migratorias implacablemente crueles están causando estragos en innumerables vidas en todo el país. La población estadounidense de buena voluntad debe hacer frente a esta crueldad antes de que la administración Trump construya un estado antiinmigrante que nos atrape a toda la sociedad.

Somos Hermanas de la Misericordia y ofrecemos apoyo práctico y emocional a familias solicitantes de asilo en Chicago, incluso alojamiento y orientación. La mayoría de estas personas están aquí legalmente, pero tienen mucho miedo de ser detenidas por los funcionarios de inmigración y deportadas a su país de origen o a un país diferente donde no conocen a nadie.
A lo largo de los años, también hemos establecido buenas relaciones con agentes de inmigración de los centros locales de tramitación y detención de Chicago, y uno de ellos incluso asistió a la fiesta del 90º cumpleaños de Hermana JoAnn el año pasado. Pero ya no quieren hablar con nosotras, ellos también tienen miedo.
Una familia venezolana asistida por nuestra organización sin ánimo de lucro fue recientemente deportada a Costa Rica, un país del que no sabían nada, con solo la ropa que llevaban puesta. Los padres y sus cinco hijos fueron detenidos en una oficina local del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE son sus siglas en inglés) cuando se presentaron para un control rutinario, tal y como exige la ley. Los funcionarios de ICE acusaron al marido de tener antecedentes penales, lo que él negó. Nunca tuvo la oportunidad de presentar su caso ante un tribunal.
La difícil situación de esta familia se repite en todo el país, mientras el presidente Trump deporta con crueldad a migrantes, la mayoría de los cuales no tienen antecedentes penales y muchos están aquí legalmente y llegaron a este país en busca de refugio. Pero el terror del que huyeron los ha vuelto a encontrar. Una vez detenidos, son sometidos a un trato terrible, como los que se encuentran en una celda de detención del ICE en la ciudad de Nueva York, que dijeron que los tenían «como perros», o los que están en el campo de prisioneros recién construido en Florida. Esto es inhumano y debe acabar. Debemos alzar la voz.
Agradecemos a los valientes líderes religiosos, como el Obispo Mark J. Seitz de El Paso, que están denunciando la crisis migratoria por lo que es: «una [señal] de que estamos perdiendo la historia de quiénes somos como país… ¿Ya no somos un país de inmigrantes?».
Nunca nos propusimos convertirnos en activistas por los derechos de inmigrantes.

Después de ingresar con las Hermanas de la Misericordia de las Américas, una orden religiosa internacional dedicada a la solidaridad con las mujeres y la infancia, migrantes y refugiados, nos convertimos en docentes. Pero luego, Hermana Pat pasó una década en Perú y supo por experiencia propia sobre la extrema desigualdad, pobreza y violencia en Latinoamérica.
Trabajamos con personas devastadas y traumatizadas procedentes de Centroamérica que compartían historias horribles sobre secuestros, mutilaciones y asesinatos perpetrados por gobiernos de derecha respaldados por los EUA y escuadrones de la muerte sin ley en la década de 1980. Las personas migrantes continuaron llegando desde países conflictivos de todo el mundo, impulsadas por la guerra y la violencia, el colapso cívico y económico y el hambre, por lo que seguimos trabajando. Casi nos jubilamos en 2022, cuando Hermana Pat cumplió 93 años, pero entonces empezaron a llegar a Chicago autobuses llenos de migrantes enviados por el gobernador de Texas, Greg Abbott.
Mientras trabajábamos con el Senador Dick Durbin y legisladores estatales de Illinois en la legislación sobre inmigración, inclusive el cambio de la ley estatal para permitir a trabajadores religiosos acceder a inmigrantes detenidos, aprendimos lecciones importantes sobre cómo trabajar eficazmente con personas que no están de acuerdo con nosotras.
Tratamos a todas las personas, incluso a las autoridades de ICE y a la guardia de la prisión, con la misma dignidad y respeto, y nos mostraron su humanidad con pequeños gestos, como quitarle el monitor de tobillo a una mujer para que ella pudiera ser la dama de honor en una boda. No olvidaremos pronto al funcionario de ICE que nos agradeció por «no gritarle».
Hemos sido arrestadas varias veces, incluso en el Capitolio de los EUA en 2019, pero no todo el mundo está llamado a la desobediencia civil. Aun así, podemos hacer algo. Conocemos a inmigrantes en nuestro entorno: son vecinos, amistades, integrantes de nuestras familias y comunidades. Debemos tratarles como Dios y la decencia humana nos exigen.
Ahora es el momento de que la población estadounidense compasiva, independientemente de sus creencias políticas o religiosas, alce la voz: llame a la Casa Blanca y a sus representantes en el Congreso y exija que pongan fin a la crueldad y a las deportaciones masivas. Únanse a una protesta o colaboren voluntariamente con inmigrantes y ayúdenles a conocer sus derechos.
Recordemos que somos una nación de inmigrantes. Defendamos a nuestros hermanos y nuestras hermanas migrantes antes de que sea demasiado tarde.
Después de ser coautora de este ensayo, Hermana Patricia Mary Murphy, RSM, falleció a los 96 años. Su amiga, Hermana JoAnn Persch, RSM, de 91 años, planea continuar su trabajo de apoyo a quienes buscan asilo en Chicago. Ambas son integrantes de las Hermanas de la Misericordia de las Américas, la orden religiosa católica femenina más grande de los Estados Unidos. Parte de este ensayo fue citado en un Chicago Tribune en memoria de Hermana Pat (solo en inglés).