Por la Hermana MT Muhuhu
El verano pasado tomé parte de una de las marchas a favor de Black Lives Matter (BLM) en Kingston, Jamaica. En cualquier momento yo saldría a apoyar el movimiento BLM, no solo porque soy negra o porque soy Hermana de la Misericordia que se ha comprometido a trabajar por la justicia, sino porque BLM me ayuda como persona a expresar mi creencia de que el color de la piel no debería ser un factor divisivo entre los humanos. El color de la piel es de nacimiento y nunca debe definir o clasificar a un ser humano. Habiendo nacido en Kenia, nunca experimenté
el racismo o supe cómo se siente ser rechazada debido al color de mi piel hasta que llegué a Estados Unidos. Había oído del racismo, pero éste no tuvo impacto en mí hasta el día en que visité EE. UU. por primera vez de 2017 a 2018. Entonces, sufrí el racismo de forma tal que me acompañará por el resto de mi vida.
Comparto mi historia para asegurarles que el racismo es real. Durante mi estadía serví como voluntaria en diferentes lugares, incluso trabajé con una trabajadora social que me permitió acompañarla en sus visitas domiciliarias y refugios y centros de rehabilitación permitiéndome
adquirir una experiencia real de trabajo social. Ella era blanca y siempre tenía que ponerme a su lado porque en muchas ocasiones me dejaban fuera cuando los porteros asumían que yo era una mujer necesitada. En otras ocasiones, me decían que debía desalojar el lugar en el que estaba sentada con la trabajadora social y sentarme con los demás residentes o hacer la fila para la comida. Continuamente ella tenía que salir en mi defensa y cada situación semejante era seguida de una disculpa y luego: «Yo pensé… que usted era…». Yo no comprendía la razón por la que
siempre la agarraban conmigo y no con la mujer blanca. Yo no estaba vestida con ropa desgastada que hubiera hecho pensar que era una persona necesitada, vestía con un atuendo normal. Se lo mencioné a la trabajadora social quien me respondió que era por mi color de piel. Las personas a cargo asumían que yo era una usuaria de sus servicios porque era negra y, para ellos, negro significa necesitado o hambriento. Esto me impactó.
Comparto mi historia no por mí misma ni por atraer la atención, insisto en esto porque el racismo es real. Y porque creo firmemente que BLM no es solo una declaración sino un grito de justicia. Ahora sé por experiencia la profundidad del dolor de sentirse excluida o ignorada solo por el color de tu piel. Tuve el apoyo de las Hermanas de la Misericordia y sé que no todas las personas blancas son racistas. Pero estas pequeñas experiencias me han dado un panorama claro de lo que significa ser una mujer negra, una persona de distinta etnia en Estados Unidos.
Por lo tanto, marcho y apoyo el movimiento BLM no solo porque soy una Hermana de la Misericordia que se ha comprometido a luchar contra cualquier forma de injusticia. Apoyo a BLM porque las personas en este movimiento han cimentado una Plataforma para hacer que el grito por la justicia se escuche. En consecuencia, no me avergüenzo de decir ¡Las vidas negras importan! ¡Viva la justicia! ¡Viva la misericordia!