Por la Hermana Ana María Siufi, Ministerio de Servicios Sociales y Pastorales, General Roca, Argentina
Las obras de misericordia nos recuerdan que cada ser tiene derechos que deben ser atendidos. Creo que por eso todas comienzan con la exhortación: DEN: no migajas, sino respuestas concretas a necesidades básicas para la vida.
“Si supieras quién es el que te pide: dame de beber…” Y la mujer dijo: “Señor, dame de esa agua”. Jn 4
No es raro que llegue a mi casa alguna persona y me pida sedienta un vaso de agua o botellas con agua, porque cortaron el suministro de esta en su barrio. Frecuentemente cuando hace mucho calor, pueden estar semanas levantándose a las cuatro de la mañana, cuando sale un hilo de agua en su baño para ducharse o están dependiendo de familiares, amigos o un camión que les deja agua tres o cuatro veces a la semana y tienen suerte si no les cobra. También, el perro poco atendido de un vecino viene a pedirme agua bebiéndola de una canilla que tengo en el patio. Mientras tanto el agua va siendo privilegio de pocos que la malgastan sin medida o deciden políticas extractivas que destruyen cuencas impunemente.
Muchos nos preguntamos: ¿es agua segura de la red distribuidora en esta ciudad? Creemos que no es suficientemente potable, pues nuestro río recibe los químicos de la explotación del petróleo y agrotóxicos que son imposibles de eliminar en el sistema de purificación.
Sabemos que más de la mitad de la población mundial carece de agua potable o de un saneamiento seguro, por lo cual mueren más de 5 millones de personas al año o padecen graves enfermedades.
“Dame de beber” reclaman millones de niños/as y mujeres que deben caminar muchas horas al día para obtener algo de agua. “Dame de beber” nos piden los migrantes forzados a caminar en el desierto, “dame de beber” nos piden tantos territorios desertizados por la deforestación y los incendios; “Dame de beber” nos dicen las comunidades cuyas fuentes de agua han sido contaminadas con metales pesados de la minería o con desechos de tantas industrias irresponsables. Es el angustiado clamor de los que reconocen que el agua es sagrada porque es la sostenedora de la vida desde la fecundidad de los ríos, la majestuosidad de mares y océanos, la transparencia de los lagos cordilleranos, la fuerza de las cascadas, el silencio de las nevadas o la fuerza de las tormentas.
Una urgente forma de vivir el mandato de la Misericordia es luchar para que el derecho al agua esté asegurado en nuestro barrio, la propia región y para toda la humanidad, evitando que sea una mercancía más por la cual hacer negocios, privatizaciones o guerras.
El derecho, la justicia y la misericordia se concretizan en nuestro deseo activo de una gran Mesa de la Vida donde haya lugar para todos y cada uno reciba lo que necesita. Estamos urgidas a gritar y actuar con indignación y amorosamente con y por los desechados, silenciados y excluidos social, económica y políticamente, para que se acabe la tranquilidad y el festejo de los que quieren una mesa chica para darle todo a pocos.
Que el Dios de Vida nos dé un oído más atento para escuchar y unirnos a quienes reclaman su derecho al agua limpia y segura y defienden los ríos para su comunidad; y que toda agua nos recuerde el solidario y humano compromiso de cuidar, proteger y compartir este tesoro sagrado, sacramento de la vida de todos los seres.
Gracias PadreMadre por el agua de cada día y por el coraje de aquellos que, por defenderla, han sido perseguidos hasta dar su vida. Amén